miércoles, 17 de octubre de 2007

El rechazo al humanismo

Card. Ricardo M.ª Carles para LA RAZON

El desprecio hacia las humanidades es un asunto muy serio. Las consecuencias de su desaparición, pueden llevarnos a ver hasta qué extremos caricaturescos conduce su supresión. Hace algún tiempo, en TV, una emisión de temas científicos nos presentaba unos cocodrilos que, en alguna ocasión devoraban a sus crías. La relatora de la TV dijo con toda seriedad algo que casi me hizo saltar de mi asiento: «Esos cocodrilos son, por tanto, antropófagos». Si hubieran devorado hombres -ántropos-, lo serían, pero si comían sus congéneres, eran homófagos, pues comían sus parecidos o iguales. Grave consecuencia de no tener la menor idea del griego. Ello me recordó una anécdota de Unamuno, el gran profesor de Salamanca. Explicando quiénes eran los homófagos, un alumno despistado y que seguramente le había interrumpido más de una vez, le dijo que no entendía lo que acababa de exponer. Unamuno, con un salida muy suya le respondió: «Estaba diciendo, señor X, que homófagos son los seres que se alimentan de animales de su especie. Para que no lo olvide: Si usted fuera homófago, comería besugos».
Las carencias producidas en ese suprimir las humanidades tienen consecuencias nada risibles. Es grave que algún profesor de Derecho Romano de una universidad de Barcelona haya de comenzar el curso explicando a los alumnos qué fue el Imperio Romano, su cultura y sus leyes, pues le pregunta algún alumno por qué estudiar Derecho Romano y no derecho alemán o inglés. Las consecuencias de llegar a la universidad con una cultura tan pobre son un condicionamiento negativo para que el nivel universitario tenga una altura deseable y necesaria.
Esta situación no se debe sólo al rechazo de las letras, sino al rechazo, más grave y peor en sus consecuencias, de la religión. El rechazo a ésta es acompañado de la marginación de la cultura europea que se apoya en la helénica, en la romana y en el cristianismo. Es caminar hacia un futuro en que el hombre se deshumaniza y pierde el auténtico sentido, el porqué de su vida. No podemos hacer de Dios el Gran Ausente sin que el hombre quede absolutamente desnortado.

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