jueves, 17 de septiembre de 2009

Cerro de Montecristo, la joya pisoteada

Gades, la primera ciudad en el extremo occidente del Mediterráneo, pasadas las Columnas de Hércules, data su antigüedad en torno al año 1.100 antes de Cristo. La vieja Gadir era el punto final de un periplo por el Mare Nostrum que comenzaba en las ciudades-estado de Tiro y Sidón y que bordeando ese mar interior, hacía escalas en las actuales Grecia, Italia, sus islas, Francia, Ibiza y las costas levantinas y andaluzas, para volver desde Gadir, por el norte del Magreb y Libia, de regreso a las costas fenicias, hoy Líbano, aprovechando las corrientes del Estrecho.
No es descabellado pensar que hasta Fenicia hubieran llegado los ecos de una civilización avanzada y estructurada, aunque ya en fase decadente, asentada en el sur de la península: Tartessos. Cuando los fenicios llegaron a la isla gaditana, conocieron, sin duda, parte del esplendor de Tartessos, el enigmático estado de las proximidades de las desembocaduras de tres ríos Guadalete, Guadalquivir y Guadiana y, junto a aquellos restos fundaron la ciudad, que luego fue aliada y finalmente una de las más importantes del Imperio, hasta el punto que la calzada más destacada de todas las grandes construcciones, fue la vía de Gades a Roma.
En el sur peninsular, los fenicios establecieron puertos de abastecimiento y refugio equidistantes entre sí, de manera que la navegación era segura. Así fueron naciendo asentamientos portuarios, unos desaparecidos y con escasa importancia y otros relevantes no sólo para los fenicios, sino para las civilizaciones posteriores. Nacen, casi de manera simultánea, Baria, Abdera, Sexi, Malaca, Carteya.
Los fenicios se asentaron y fortificaron Abdera, situada sobre un montículo alargado en dirección norte-sur, que se adentraba en el Mediterráneo en la desembocadura del río -hoy Río Adra- cuyo delta formaba una pequeña bahía natural, a resguardo de los vientos de poniente y levante.
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 Año 2004, Cerro de Montecristo. En primer plano el antiquísimo horno     Parte de los hallazgos romanos. Al fondo edificio recientemente construido
En aquel cerro, hoy desmochado, no sólo se instalaron factorías para salazón, sino talleres de alfarería y fundición, y un  núcleo de población que, posiblemente, se extendiera hacia el poniente (hoy barrio alto de Adra), y hacia el norte, en el Cerro 'Chispa' y el monte bajo interrumpido por la construcción de la Autovía del Mediterráneo. En la memoria de los abderitanos, el Cerro de Montecristo  es la referencia para fijar la antigüedad de Adra, contrastada por los expertos en el siglo VIII antes de Cristo, ya que no se han descubierto evidencias anteriores para hacerla coetánea, como sería lo lógico, con Gadir.
En los siglos XVII y XVIII de nuestra Era, la importancia arqueológica del Cerro de Montecristo es reflejada en obras de eruditos de la época que destacan los restos romanos, a los que hace referencia el Diccionario de Pascual Madoz, a mediados del XIX.
Los grandes propietarios que se afincaron en Adra para la explotación de los ingenios del Azúcar y la fundición de plomo, sí valoraron esa importancia y en sus colecciones privadas figuran buena parte de piezas extraídas del Cerro y su entorno, dando éstas una ligera idea de la riqueza arqueológica del enclave.
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                                 Restos de muralla de la época fenicia
Aficionados e investigadores en tareas sin organización y sin el más mínimo control han hecho desaparecer centenares de piezas de ajuar, numismática, cerámica, decorativa o instrumental, desde el siglo XVII hasta nuestros días. Sólo en contados casos, como la tarea de recopilación de objetos y clasificación del ingeniero francés Francois Octobon, en los años 60 que llegó a tener numerosas cajas llenas de objetos arqueológicos del Cerro de Montecristo y que tras su marcha a Francia, pretendió entregar al Ayuntamiento de Adra y algunas se 'perdieron' en el camino de una calle a otra, son trabajos dignos de mención. En el año 2000, la familia de Octobón hizo entrega de algunas cajas de que pudo 'salvar' para el futuro Museo Arqueológico de Adra.
Desde la década de los sesenta, fueron muchos los abderitanos que sólo o en grupos, incluso de estudiantes llevados por sus maestros, subieron al cerro para excavar y apropiarse de lo encontrado. Pero tras eso, las únicas excavaciones arqueológicas dignas de esa denominación son las llevadas a cabo por Manuel Fernández Miranda en 1970 y 1971 y las que vienen realizando equipos en los que participó o dirigió el arqueólogo José Luís López Castro, siendo destacados los estudios llevados a cabo por Lorenzo Cara y Manuel Martínez y Manuel Carrilero, entre otros, desde 1986 hasta la actualidad.
En los últimos años, la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento de Adra se han interesado por el Cerro de Montecristo, cofinanciado por la Unión Europea, proyectos de estudio y catas, que están dando excelentes resultados, porque la destrucción sistemática no ha podido acabar con los cimientos de aquella civilización.
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 2009. Nuevas edificaciones sobre el Cerro de Montecristo
No obstante, la carencia de un plan de actuación global en el recinto arqueológico y su entorno hacen que los efectos de esos planes queden minimizados o incluso puedan ser estériles. Las viviendas sociales construidas (hoy calle del Molino) en todo el frente sur del Cerro de Montecristo acabaron con importantes vestigios, que algunos vecinos aún recuerdan, como dos grandes arcos bajo el cerro, justo donde en estos meses se ha limpiado un horno romano y ha aparecido un lienzo de sillar de la muralla fenicia.
La declaración del recinto arqueológico como Bien Cultural andaluz no ha impedido que la propia administración permita la construcción de nuevas edificaciones, una de ellas justo en la línea que debería seguir el lienzo de muralla fenicia encontrada, levantando un edificio de cuatro plantas, entre esta muralla y las piletas romanas de salazón, que testimonian la importancia de Abdera como factoría exportadora de pescados y salsas en la época romana, en la que llegó a tener ceca propia, acuñándose las monedas con el templo tetrástilo con columnas sustituidas por dos atunes.
El destrozo del Cerro de Montecristo es evidente, en donde no se respeta la norma de recintos arqueológicos ni por los mismos que deben protegerla. Un cinturón de nuevas construcciones asfixia toda el área y aumentan sin miramientos corralizas y patios traseros a las edificaciones y en lo más alto del cerro, las tareas de construcción de tres invernaderos, roturaron la tierra y siguen labrando, bajo la que está la más preciada joya arqueológica.
 
Los intereses privados por una parte, los económicos por otra y la incultura sobre todo ello, son las losas que ocultan, cuando no destruyen para siempre, un legado que no pertenece a una generación concreta, sino que es la referencia, el punto inicial para nuestras señas de identidad.

Por Fco. Benitez-Aguilar

martes, 8 de septiembre de 2009

Pompeya, año 79: el río de fuego hirviente que congeló la Historia.

Los aficionados a la Historia de Roma tienen su particular Meca, un destino que visitar aunque sólo sea una vez en la vida: Pompeya, la desgraciada ciudad sepultada hace casi 2.000 años por la furia destructiva del Vesubio, el volcán que los pompeyanos creían un monte benefactor y que destruyó la ciudad, acabando de forma horrible con la vida de muchos de sus habitantes

El día que el Hades se abatió sobre Pompeya

Pompeya, como cualquiera de los enclaves históricos de visita obligada para amantes de la Historia de Roma, de la Historia en general o, como sucede comúnmente, de viajeros atraídos por la leyenda, es terreno abonado para los tópicos. Tanto se ha hablado y escrito sobre ella que resulta difícil referirse a la desdichada ciudad sin caer en alguno de los lugares comunes que han revoloteado traviesos por libros, artículos o ensayos históricos. Resultaría presuntuoso por mi parte pensar que voy a poder sustraerme a la tentación de dejar caer alguna sobada y rimbombante frase, siendo como soy un mero estudioso de "andar por casa". Así pues, ruego disculpas al hipotético lector si alguna de esas coletillas se desliza, puñetera ella, por este artículo. Bastante tengo con intentar condensar en unos pocos párrafos, sin dejarme llevar por las emociones, los terribles acontecimientos que se produjeron durante dos fatídicos días del mes de Agosto de 79, en los cuales la incandescente furia del Vesubio se abatió inmisericorde sobre los desprevenidos habitantes de la joya de la Campania.

No es difícil emocionarse paseando por Pompeya. Y si el visitante tiene cierta querencia por el legado romano, la violenta turbación del espíritu (perdonen ustedes por la cursilería) está más que garantizada. En mi caso, sentí como si hubiera ingerido un hipotético cocktail "sentimental" en el que se agitaban entremezclados el entusiasmo por cumplir un sueño, la aflicción por el trágico final de los miles de pompeyanos que no pudieron escapar de la ardiente violencia del volcán, estupor ante los detalles de la vida cotidiana de la ciudad que surgían por doquier, y vergüenza por sentirme, en muchas ocasiones, como un intruso en casa ajena, husmeando sin permiso de los habitantes por casas, bodegas, e incluso lupanares. Cuando Mario, mi hijo, me llamaba a gritos, entusiasmado desde el interior de una casa, tenía que reprimir la tentación de regañarle: "¡sal de ahí, que como vuelvan los dueños te vas a enterar, qué es eso de entrar en las casas sin permiso! La sensación de intromisión, de violación de la intimidad ajena me atenazaba por momentos mientras recorría las casas abandonadas precipitadamente hace casi 2000 años, o convertidas en las tumbas de sus propietarios. Pompeya quedó paradójicamente congelada por el fuego calcinador del Vesubio, que el día 24 de agosto de 79 se sacudió de encima las viñas y los árboles frutales de sus laderas para abandonar durante dos días su papel de monte benefactor. Pompeya, Herculano, Stabia y otras poblaciones sufrieron durante casi dos días lo que podríamos llamar el ataque de una especie de bomba atómica de la Antigüedad, pero solamente unos pocos tuvieron la "suerte" de morir instantáneamente.

Los cerca de 20.000 habitantes de Pompeya, al igual que los de las otras poblaciones de la bahía de Nápoles, se incorporaron perezosamente a sus actividades diarias el 24 de agosto de 79. El Imperio gozaba de un período de estabilidad. Tras la sangrienta lucha de poder por el trono, tras la muerte del "zumbado" de Nerón, Vespasiano se había hecho con las riendas de Roma, y tras él su hijo Tito, el victorioso general que había aplastado la rebelión de los judíos, gobernaba Roma desde hacía poco más de un mes. Durante los días anteriores habían tenido lugar pequeños temblores de tierra, pero los habitantes de Pompeya no les daban importancia, o habían aprendido a convivir con ellos. Ya habían padecido un gran terremoto, en el año 62, que había destrozado parcialmente la ciudad. De hecho, todavía había edificaciones dañadas que se estaban restaurando. En todo caso, no tenían ni idea de que esos temblores fueran el preludio de la catástrofe que sepultaría su ciudad, y a muchos de ellos, durante siglos. La mañana transcurrió con normalidad hasta que, sobre la una del mediodía, la montaña benéfica, aquella en cuyo suelo arraigaban árboles frutales, viñas y cultivos de todo tipo, extendió la muerte por las poblaciones de la bahía de Nápoles.

No sabían los infelices habitantes de Pompeya que bajo ese monte bondadoso se había acumulado un depósito de magma de unos 3,5 kilómetros cúbicos de volumen. A primera hora de la mañana, mientras los pompeyanos se desperezaban lentamente, el magma de ese depósito ascendía hacia la cima del Vesubio a una velocidad aproximada de unos 0,2 metros por segundo. Por fin, poco antes del mediodía, un tremendo estallido sobresaltó a todos los habitantes de la bahía. La cima del Vesubio se había desgajado y el magma, sometido a una terrible presión, escapó a una velocidad de aproximadamente 1400 kilómetros por hora. Se produjo una impresionante columna de piedra pómez y gases ardientes de unos 30 kilómetros de altura. Los habitantes de Pompeya observaron atónicos cómo una lluvia de piedras se abatía sobre la ciudad. Eran trozos de piedra pómez, extremadamente ligeros, hasta el punto de que flotaban en el agua, pero que comenzaron a acumularse sobre los tejados de la ciudad. Algunos pompeyanos huyeron, otros se quedaron para proteger sus bienes, o porque pensaron que sus casas les ofrecerían refugio ante la lluvia de piedra y ceniza. Se equivocaron. Lo peor estaba por llegar.

El volcán continuaba escupiendo piedras y gases. La columna se ensanchaba en lo más alto, formando una especie de nube ramificada que tapó el sol y arrojó más piedras sobre Pompeya. Los tejados comenzaron a ceder, y mucha gente murió aplastada. Los pompeyanos que se habían quedado en la ciudad comenzaron a comprender que iban a morir. Algunos se suicidaron. En Herculano, los habitantes escaparon hacia la playa. Tuvieron suerte. Su muerte, al menos, fue rápida. La inmensa columna se había derrumbado, provocando una inmensa nube de gases ardientes, cenizas y rocas que se precipitó sobre las poblaciones de la bahía. Los habitantes de Herculano, refugiados en la playa, murieron instantáneamente, arrollados por la nube que, literalmente, los fundió en décimas de segundo. Los de Pompeya no fueron tan afortunados. La nube tóxica llegó más atenuada, y los que murieron a consecuencia de ella padecieron una horrible agonía, ahogados por los vapores tóxicos e incandescentes. Los moldes de sus cuerpos así lo atestiguan. Hombres, mujeres, niños, animales, algunos con la imagen del horror del último instante, dolorosamente retorcidos, intentando escapar inútilmente a la letal nube... Contemplándolos, el alma se sobrecoge de pena y aflicción por el triste final de esos pobres desventurados.

La lluvia de materiales volcánicos continuó durante horas, sepultando las ciudades de Pompeya, Herculano y Stabia bajo toneladas de rocas y ceniza. Por fin, cuando la furia desatada del volcán se apaciguó, nada quedaba de las poblaciones. Los restos fueron presa de saqueadores hasta que el tiempo borró definitivamente de la memoria de los romanos el recuerdo de las ciudades. Fue en el siglo XVIII cuando, ante el asombro del mundo ilustrado, comenzaron a desenterrarse casas, palacios, teatros, bodegas, incluso burdeles, y la tremenda tragedia de los habitantes de Pompeya sirvió, al fin, para mostrarnos los detalles de la vida diaria de una ciudad romana del siglo I. No quisiera acabar esta pequeña reseña sobre la infortunada Pompeya sin dejar constancia de algunas curiosidades sobre su historia.

  • Existen estudios que afirman que la energía térmica liberada durante la erupción del Vesubio en el año 70 podría haber sido aproximadamente de unas 100.000 veces la de la bomba atómica que se lanzó sobre Hiroshima en el año 1945.
  • No se sabe a ciencia cierta cuántas personas murieron durante la erupción, pero la cifra podría estar entre 2.000 y 3.000.
  • La erupción cambió el curso del río Sarno e hizo desaparecer la playa.
  • Los terribles hechos tuvieron un testigo de excepción. Nada más y nada menos que el naturalista, escritor, científico e historiador, entre otras muchas cosas, Plinio el Viejo. Éste era, en el momento de los hechos, prefecto de la flota romana de Misenum. Emocionado ante la magnitud de la erupción, quiso observar de cerca el fenómeno, a la par que socorrer a algunos de sus amigos. La furia del volcán le obligó a amarrar sus barcos en Stabia, donde acabó muriendo, víctima de la nube tóxica, al querer observar el fenómeno de cerca. Conocemos estos hechos por su sobrino, conocido como Plinio el Joven, quien los relató posteriormente en unas cartas remitidas al historiador Tácito.
  • Los primeros trabajos arqueológicos comenzaron en Pompeya a instancias del rey Carlos VII de Nápoles, que posteriormente fue rey de España con el nombre de Carlos III. El director de los trabajos fue el ingeniero militar, y también español, Roque Joaquín de Alcubierre.
  • Las excavaciones han revelado muchísimos pormenores, aparentemente insignificantes, que nos dan idea de la vida cotidiana en la ciudad. Por ejemplo, se han conservado pintadas de carácter político e incluso pornográfico, carteles advirtiendo de la presencia de un perro guardián especialmente agresivo, cientos de tabernas y casas de comida rápida donde los pompeyanos hacían un alto para tomar un bocado.
  • Los estamentos científicos llevan tiempo advirtiendo de la "segunda destrucción de Pompeya", esta vez víctima de la desidia institucional y del vandalismo de algunos visitantes. Frescos de más de 2.000 años de antigüedad con pintadas, basura arrojada dentro de las casas, toda una agresión que ha llevado al gobierno italiano a cerrar gran parte de las casas y a establecer planes de control de las excavaciones.
  • Pompeya recibe anualmente unos 2.500.000 de turistas.
  • El grupo británico Pink Floyd grabó algunas canciones en el anfiteatro de Pompeya durante el año 1972.
  • Existen muchísimos documentales y filmes sobre Pompeya. Uno de los más recomendables es "Pompeya: el último día". Producido por la BBC (nuevamente, gracias) combina magistralmente ficción y documental para hacernos comprender los terribles momentos por los que pasaron los habitantes de la ciudad.



miércoles, 12 de agosto de 2009

Adrianópolis, 9 de Agosto de 378: el comienzo de la agonía de Roma

Bajo el abrasador sol de la provincia romana de Tracia, en lo que es actualmente el Noroeste de Turquía, muy cerca de la frontera turca con Grecia y Bulgaria, el todopoderoso ejército romano sufrió una humillante derrota a manos de los godos. Aunque la batalla se desarrolló en Oriente, significó el principio de una serie de acontecimientos que desembocarían en el fin del Imperio de Occidente un siglo después.

Adrianópolis... ¿el fin de un mundo?

Está comúnmente admitida la fecha del 4 de Septiembre de 476 como la de la caída definitiva del Imperio Romano de Occidente. Fue en esa fecha cuando el caudillo hérulo Odoacro depuso al último emperador de Occidente, el títere Rómulo Augústulo (que curiosamente llevaba los nombres del fundador de Roma y de su primer Emperador) y posteriormente envió las insignias imperiales al Emperador de Oriente, Zenón. Pero lo cierto es que el Imperio de Occidente languidecía desde hacía muchos años, progresivamente atrofiado por su propia inmensidad, por la corrupción de una monstruosa burocracia y, en última instancia, por la constante presión de los pueblos allende sus fronteras, como los germanos, los godos, los persas y los hunos. Muchos historiadores apuntan otra fecha y otro lugar en la que situar el principio del fin, el desencadenante de una serie de acontecimientos que provocarían el colapso de la Roma Occidental. Esa fecha fue la del 9 de Agosto de 378, y el lugar fue un punto indeterminado al Noroeste de la Turquía europea, cerca de la frontera con Bulgaria y Grecia. Actualmente se la conoce como Edirne, pero a finales del siglo IV su nombre era Adrianópolis. Cerca de esa ciudad, bajo el calor asfixiante de principios de Agosto, se libró una brutal batalla que concluyó con una de las más aplastantes derrotas sufridas jamás por un ejército romano y con la muerte de su jefe, el emperador oriental Valente, a manos de un ejército formado por refugiados godos que habían entrado en territorio romano dos años antes como refugiados.

En efecto, a finales del año 376 una enorme masa de godos, guerreros, civiles, mujeres, niños y ancianos, comenzaron a concentrarse en la orilla del Danubio, frontera natural del Imperio Romano de Oriente, frente a los puestos de guardia romanos. Huían de unos enemigos sanguinarios, que habían irrumpido a sangre y fuego desde las estepas de Asia, matando, masacrando, incendiando y saqueando todo lo que encontraban a su paso. Eran unos guerreros implacables y crueles, que prácticamente vivían a caballo y que en los próximos años serían fuente inagotable de quebraderos de cabeza para los dirigentes romanos: los hunos. Los godos les habían plantado cara, pero habían sido arrasados sin piedad, y ahora miles de refugiados se agolpaban en la frontera romana, al otro lado del Danubio, solicitando asilo en territorio romano, horrorizados ante el avance de las hordas hunas. En aquellos tiempos las comunicaciones eran lentas, y la petición de los godos tardó varias semanas en llegar a manos del emperador Valente, en la lejana Antioquía.

Por fin, el emperador accedió a cobijar a la ingente masa de refugiados en territorio romano. No obstante, no eran razones humanitarias las que impulsaron a Valente y a sus consejeros a acoger a los godos. Eran motivos más prosaicos e interesados. El imperio sufría una despoblación importante, y necesitaba mano de obra para cultivar las tierras. Enormes parcelas de terreno languidecían ante la falta de campesinos que las cuidasen. A veces, simplemente no resultaba rentable cultivarlas ante la presión de los impuestos imperiales, cada vez mas elevados. También el ejército necesitaba soldados. Los ciudadanos romanos intentaban, cada vez más, eludir el servicio en el ejército imperial, y las legiones, antaño constituídas por la flor y nata de la juventud romana, ahora estaban plagadas de bárbaros romanizados e, incluso, de bandas enteras de bárbaros contratados como mercenarios al servicio del imperio, y que constituían cuerpos independientes del ejército romano. La masiva afluencia de los godos dentro de las fronteras de la Roma Oriental garantizaba mano de obra barata y reclutas curtidos en el combate para el ejército. Valente y sus consejeros se frotaron las manos ante las halagüeñas perspectivas económicas, e hicieron caso omiso de quienes les advirtieron de los peligros de la entrada en el Imperio de esa inmensa masa de godos. Se les prometió a los godos comida, refugio y trabajo como campesinos y soldados en el seno del Imperio.

Se comenzó a organizar el transporte de los godos. Se requisaron barcazas, se construyeron balsas, y se acabó utilizando cualquier cosa que flotase con tal de trasladar con rapidez a los godos a territorio romano. Aquí comenzaron los problemas. Teóricamente debían pasar primero los chicos, usados como rehenes, y luego los hombres desarmados, pero la corrupción de los encargados del transporte era tal que muchos godos, por medio de sobornos, lograron pasar con sus familias y armas al completo. Los godos, que se habían hacinado durante semanas esperando pasar el Danubio, se comenzaron ahora a apiñar en el lado romano, esperando el inicio de la marcha hacia las tierras que el emperador Valente les había prometido. El número de personas desbordaba las previsiones, y los intentos de censar a los godos que continuamente entraban en territorio romano fueron infructuosos ante la avalancha goda. Miles de personas seguían llegando a la frontera y esperaban para cruzar el río. Para su sorpresa, un día se les comunicó que la frontera se cerraba. Ningún godo más pasaría el río. Las embarcaciones romanas patrullaban por el Danubio para impedir el paso.

Mientras tanto, la situación en el campamento de refugiados godo en la orilla romana se había vuelto insostenible, no solamente por la evidente insuficiencia de estructuras para acoger a los refugiados, sino por la voraz corrupción de los responsables civiles y militares. En lugar de obedecer de inmediato las órdenes imperiales, esto es, conducir a los refugiados hacia el interior del territorio romano de Tracia, el duque Máximo, comandante de las tropas de frontera, y el conde Lucipino, gobernador militar de Tracia, decidieron exprimir al máximo la necesidad y el hambre de los refugiados godos. Sus avariciosas garras se extendieron sobre los suministros que debían alimentar a los refugiados. Las raciones se redujeron drásticamente, y los godos morían de hambre. Acabaron vendiendo a sus hijos como esclavos a cambio de un trozo de pan mohoso, e incluso comprándoles perros a los romanos para comérselos, a tal nivel llegó la desesperación del pueblo godo. Por fin, cuando ya no se les pudo exprimir más, Lucipino y Máximo decidieron ponerse en marcha hacia el interior de Tracia.

El enorme convoy avanzaba con dificultad, formado por miles de carros arrastrados por bueyes cargando con familias enteras, vigilados constantemente por los soldados romanos. Los días se sucedían mientras el convoy avanzaba penosamente por los campos de Tracia. Por fin avistaron una ciudad, Marcianópolis, y el ánimo de los godos se vió fortalecido ante la perspectiva de obtener alojamiento y comida. Nada más lejos de la realidad. Los habitantes de la ciudad, al ver tal marea de bárbaros acercarse, cerraron las puertas a cal y canto y no permitieron la entrada a los refugiados. Fue la gota que colmó el vaso. Comenzaron los disturbios y los soldados romanos se vieron impotentes para controlar a los enfurecidos godos. Fueron vencidos y muertos. Los godos les quitaron las armaduras y las armas. La rebelión había comenzado. Mientras tanto, dentro de la ciudad se celebraba un gran banquete. Lucipino, el gobernador militar, compadreaba con los principales jefes godos, de entre los cuales había sobresalido por méritos propios Fritigerno, el futuro líder godo en la guerra contra los romanos. Las noticias de la matanza de soldados romanos llegó a oídos de los jefes romanos, los cuales reaccionaron matando a los guardias de los jefes godos invitados al festín. Cuando estaban a punto de eliminar también a los jefes, y dejar así descabezado el motín, éstos escucharon los gritos de sus hombres tras las murallas. Con gran sangre fría, se excusaron ante los romanos, les dijeron que seguramente sus hombres pensaban que algo malo les había sucedido y que irían a calmarlos. Salieron tranquilamente, ante la estupefacción de Lucipino y los jerifaltes romanos, y cuando vieron la situación, no les quedó más remedio que sumarse a la rebelión, declarando la guerra a los romanos.

A partir de ese momento, los godos comenzaron a saquear los campos aledaños, llenos de rabia y sed de venganza. Lucipino consiguió reunir un ejército, pero fue derrotado y nuevamente las armaduras y armas de los romanos muertos sirvieron para fortalecer a las bandas godas capitaneadas por Fritigerno. Los godos eran, por el momento, amos de Tracia. Durante largos meses se dedicaron a saquear la campiña tracia, guiados en ocasiones por esclavos godos, y reforzándose con nuevos contingentes que cruzaban el Danubio, casi totalmente desprotegido. El emperador Valente, que se hallaba en Antioquía preparando la enésima campaña contra los persas, no tuvo más remedio que firmar una paz apresurada y ponerse en marcha al frente de su ejército para pacificar la campiña tracia asolada por las hordas godas. El día 8 de agosto de 378 el emperador Valente y sus tropas salieron de las afueras de Adrianópolis y marcharon durante horas. El emperador, mal aconsejado, no quiso esperar a los refuerzos que venían de Occidente, comandados por su sobrino Graciano. Valente, casi cincuentón, no quería compartir la gloria de la derrota goda con un jovenzuelo apenas veinteañero, y decidió marchar sólo al frente de sus tropas. Era un verano asfixiante. Marchaban sobre un terreno yermo sobre el cual el sol caía inmisericorde, entre inmensas nubes de polvo levantadas por miles de soldados caminando. Avistaron el campamento de los godos entre la una y las dos de la tarde. Los campamentos godos consistían en enormes círculos de carros, al estilo de los que vemos en algunas películas del Oeste. Ambos ejércitos se miraban frente a frente. Los godos insultaban y provocaban a los romanos. Éstos golpeaban sus lanzas contra los escudos. Finalmente, ante una provocación de la caballería romana, los godos entraron en combate y se desencadenó la carnicería. Sobre el papel, el ejército romano era más potente, poderoso y mejor organizado, pero justamente al comienzo de la batalla hubo un factor que contribuyó a su derrota: en esos momentos apareció el grueso de la caballería goda, que se había alejado hacía unos días para buscar provisiones. Los jinetes se abalanzaron sobre la caballería romana. Aunque los romanos resistieron cerrando filas y cubriéndose con sus escudos, la caballería fue derrotada y la infantería quedó, nunca mejor dicho, a los pies de los caballos. Lo que siguió fue una carnicería. Los godos masacraron a los romanos mientras quedó algo de luz. Los pocos que sobrevivieron pudieron escapar gracias a que cayó una noche cerrada, sin luna. No obstante, dos tercios del ejército de Valente, veteranos curtidos en cien batallas, murieron en Adrianópolis. Del emperador Valente nunca más se supo. Lo más probable es que muriera en la batalla, pero hay una versión según la cual se refugió junto a sus escoltas en una granja. Los godos la rodearon, pero Valente se negó a rendirse, y entonces los bárbaros prendieron fuego a la granja, quemando vivo al emperador. Pero eso nunca lo sabremos.

Las consecuencias de la derrota de Valente fueron desastrosas. Aunque su sucesor, Teodosio, pudo reconducir penosamente la situación, aniquilando algunas bandas de godos y pactando con otras, quedó en el aire la sensación de que Roma era un gigante con pies de barro, un imperio monstruoso pero lento a la hora de reaccionar, y al que se podía vencer con decisión y rapidez. El ejército romano en sí estaba formado, en su mayor parte, por bárbaros más o menos romanizados, y los gobernantes romanos se veían obligados a contratar bandas de mercenarios para reforzar sus tropas. La rebelión goda de 376 fue la demostración de que un ejército decidido podía campar a sus anchas por el interior del imperio. Paradójicamente, el desastre de Adrianópolis acabaría golpeando más en el Imperio de Occidente que en el de Oriente, puesto que los sucesivos emperadores orientales supieron "reconducir" las ansias de conquista de las nuevas oleadas de bárbaros hacia el Imperio Occidental. El resultado fue la desaparición total del Imperio de Occidente en 476 y la supervivencia del Imperio de Oriente, con el nombre de Imperio Bizantino, hasta mediados del siglo XV.


martes, 9 de junio de 2009

"Ágora", de Alejandro Amenábar: ¿qué Hypatia nos mostrará?


Mientras el resto de los mortales nos conformamos con el tráiler oficial de "Ágora", unos pocos privilegiados pudieron ver la nueva cinta de Amenábar, la quinta de su filmografía. Y, la verdad sea dicha, un cierto desasosiego me invade. Ante los comentarios generalizados que expresan la "buena acogida" de la película, algunas voces disienten de la unánime complacencia ante la película. ¿Estaremos ante un nuevo "Gladiator", o sea, espectáculo en detrimento del rigor histórico? ¿Es verdad que Amenábar ha puesto a Hypatia al frente de una Biblioteca de Alejandría que había desaparecido hacía muchos años? Con un presupuesto de 50 millones de euros, "Ágora" parece ser la apuesta más arriesgada de Amenábar. Ni terror más o menos accesible, ni fantasías oníricas, ni dramas. El director español (ya dicen por ahí, con bastante malicia, que si fracasa "Ágora" pasará a ser chileno) ha puesto su indiscutible talento al servicio de la legendaria Hypatia de Alejandría, cuya singular personalidad dentro de la durísima época en la que tuvo que vivir y, sobre todo, su terrible final, han hecho que su figura se haya analizado desde múltiples perspectivas.

Porque la bellísima (a decir de sus contemporáneos) Hypatia ha sido reivindicada por científicos, feministas, librepensadores, ateos, racionalistas, etc... Se la ha considerado como mártir de la Ciencia, se ha querido ver en su brusco y horrendo final el último suspiro del Mundo Clásico, el funesto final de la época de la búsqueda de la sabiduría y el conocimiento y el paso al largo reinado de la superstición y oscurantismo. Ha sido considerada por los movimientos feministas como ejemplo de mujer liberada, y por el mundo científico como paradigma de científica inquieta y ávida de conocimientos. Todos han intentado apropiarse de Hypatia, como vulgarmente se dice "arrimando el agua a su molino", ideológico en este caso. ¿Qué harás tú con Hypatia, Alejandro? Un servidor, bibliotecas aparte, tiene confianza en el director, y se hará presente en el mejor cine donde estrenen "Ágora" el próximo mes de Septiembre. De todas maneras, si Alejandrito se merece un buen collejón tras el estreno, hagámoslo con conocimiento de causa. Echémosle un vistazo a la historia de nuestra heroína, esperando que el día del estreno nuestras manos solamente sirvan para aplaudir, y no para impactar (aunque sea simbólicamente) en la nuca de nuestro premiado director.

Hypatia nació en Alejandría en un año sobre el que existen serias discrepancias. Unos dicen que en 355 y otros que en 370, no sabemos si este desacuerdo se debe a falta de información histórica o a que nuestra heronína también fue una precursora de nuestras más avezadas folclóricas en el arte de quitarse años. Sea como fuere, Hypatia, como hemos dicho, nació en Alejandría, ciudad egipcia de singulares características. Había sido fundada por Alejandro Magno en el año 332 a. C. dentro de su espectacular "tournée" conquistadora, que le proporcionó un imperio tan amplio como efímero. De todas maneras, el gran Alejandro sólo retornaría a Alejandría como cadáver. A su muerte, sus generales se enzarzaron en disputas para hacerse con las tierras conquistadas por Alejandro. Todos acabaron "palmando", menos Ptolomeo, que logró afianzar su poder sobre Egipto y murió de muerte natural con 82 años, siendo el único diádoco de Alejandro que no murió asesinado. Con él nacía la dinastía Ptolemaica, que perduraría durante casi 300 años, hasta la muerte de su última representante, la archiconocida Cleopatra. Pero ésa es otra historia.

Ptolomeo fue extraordinariamente hábil en lo que se refiere a la política interior de su nuevo imperio. Practicando un minucioso "encaje de bolillos" político, logró conciliar los intereses y tradiciones de las tres "etnias" preponderantes en el país. Por un lado los greco-macedonios, que asumirían los principales puestos en la administración y el ejército. Por otro lado los egipcios "de toda la vida", que vieron cómo sus tradiciones y religión eran respetadas por el nuevo Faraón, aunque se convirtieron en los "machacas" de la nueva clase dirigente, y los judíos, que prosperaron gracias a la "vidilla" que los Ptolomeos les dieron, convirtiéndose así en una gran fuerza social y económica.

Alejandría estaba en territorio egipcio, pero en realidad poco tenía que ver con el resto del país. Era, en realidad, una ciudad fuertemente helenizada, extraordinariamente rica gracias al comercio (Egipto era el granero de Roma, con capacidad para hacer pasar hambre a los orgullosos romanos simplemente "cortando el grifo" de los envíos de grano) y que, gracias a los buenos oficios de los gobernantes, se convirtió también en uno de los principales focos de cultura y sabiduría del Mediterráneo. Ptolomeo había adoptado la iconografía tradicional de los faraones en gran parte del país, pero Alejandría era la "niña de sus ojos", la puerta por donde introduciría la cultura helénica en el país. El experimento le dio resultado, por lo menos más que a sus "coleguillas" de generalato, y greco-macedonios, egipcios y judíos convirtieron a Alejandría en uno de los puntales económicos y culturales del mundo pre-romano.

A la muerte de Cleopatra Egipto pasa a ser una provincia romana bajo mando directo del emperador, dada su importancia estratégica y económica. Los romanos intentaron conservar la majestuosa Biblioteca, incluso abriéndola al público en general, pero para la época que nos ocupa, esto es, finales del siglo IV y principios del siglo V, tanto la Biblioteca original como su "biblioteca hija", el Serapeo, habían sido destruidas. No se sabe demasiado sobre cómo desapareció la Biblioteca original, pero sí se conocen las causas del fin de la "biblioteca hija". En 391 el patriarca de Alejandría, Teófilo, asalta el Serapeo al frente de una violenta turbamulta de fanáticos cristianos, lo arrasan y demuelen piedra por piedra, edificando en su lugar una Iglesia.

Y es que Hypatia nació en tiempos complicados. El cristianismo se había adueñado completamente del Imperio, y lo había hecho a una velocidad vertiginosa. En 313 Constantino había promulgado el Edicto de Milán, en el que se reconocía la libertad religiosa en el Imperio, y en unas pocas décadas los antaño perseguidos se habían convertido en perseguidores. Favorecidos por los emperadores que sucedieron a Constantino (con el breve paréntesis de Juliano el Apóstata) primero se dedicaron a consolidar su religión, depurando a los diversos "sectores críticos", como los arrianos. Después volvieron sus ojos hacia los paganos, sus antiguos perseguidores, y al grito de "¡Es la hora de los mamporros!", pasaron ampliamente del tema de poner la otra mejilla y se dedicaron a devolver los palos recibidos, multiplicándolos por veinte. Arrasaron con saña los templos paganos, y las estatuas de sus orgullosos dioses se vieron arrastradas por los suelos. Persiguieron y mataron a adivinos, sacerdotes paganos, helenistas, quemaron bibliotecas, y consiguieron la ilegalización de los ritos paganos bajo pena de muerte. En resumen, en unos 50 años le dieron la vuelta a la tortilla y comenzaron la tarea de exterminar los últimos vestigios de paganismo en todo el territorio romano.

Así estaban las cosas en la época en la que vivió Hypatia de Alejandría. No sabemos quién fue su madre, pero sí quién fue su padre, Teón de Alejandría, matemático, filósofo y astrónomo de vasta cultura, de gran prestigio en el mundo cultural alejandrino. Teón proporcionó a su hija una educación completa, tanto física como cultural. Hypatia viajó a Roma y Atenas para completar su educación. En Atenas logró la corona de laurel que solamente se otorgaba a los estudiantes más destacados. Ya de vuelta en su terruño, Hypatia superó la fama de su padre. Cual precursora de Leonardo da Vinci, destacó en varios campos del saber, Enseñó filosofía, convirtiéndose en la autoridad más destacada de la Escuela Neoplatónica. También enseñó matemáticas, y escribió tratados sobre Álgebra, Astronomía y Geometría, que desgraciadamente no han llegado hasta nosotros. Destacó también en la mecánica, inventando o perfeccionando diversos aparatos de medición. Entre sus alumnos figuraban cristianos, paganos y judíos. Dicen que se mantuvo virgen, aunque algunas fuentes mencionan que fue esposa de un tal Isidoro, el Filósofo (lo cual nos lleva a pensar que, o nos mienten sobre su virginidad, o su amor era meramente... neoplatónico).

Hemos mencionado anteriormente que la situación en Alejandría era complicada. La ciudad era un polvorín ideológico a punto de estallar, y a esto hay que sumarle el tradicional carácter "broncas" de los alejandrinos, que se echaban a la calle a las primeras de cambio arramblando con todo lo que encontraban. Eran célebres las rebeliones espontáneas, que dejaban las celebraciones del Barça en Canaletas a la altura del betún. Sus linchamientos salvajes eran célebres en la Antigüedad. Hasta 412 el patriarca de Alejandría era Teófilo, que había obtenido del emperador Teodosio la autorización para demoler los templos paganos de la ciudad, no dejando piedra sobre piedra. Si el amigo Teófilo era un fanático, su sucesor tras su muerte, Cirilo, superó ampliamente su intransigencia. El hombre fue rápidamente a por faena, y en un tiempo récord expulsó a los judíos, arrasó sus sinagogas y construyó iglesias sobre sus restos, acabando abruptamente con cientos de años de convivencia más o menos pacífica. Estos hechos le enfrentaron con el gobernador imperial, el prefecto Orestes, amigo y alumno de Hypatia, el cual intentó sin éxito la caída del futuro San Cirilo, granjeándose el "cariño" eterno del rencoroso patriarca.

A partir de este hecho, Cirilo creó un ambiente de animadversión hacia Hypatia, a quien acusaba de influir en el prefecto Orestes para intentar provocar su caída. Durante la celebración de la Cuaresma del año 415. Hypatia fue arrancada de su carruaje por una horda enfurecida dirigida por un tal Pedro el Lector (evidentemente, no de las obras de Hypatia). La desnudaron, la golpearon, la arrastraron por toda la ciudad hasta llegar a una iglesia. Allí intentaron que Hypatia renegara del paganismo y besara la cruz. Se negó. La descuartizaron con conchas marinas, arrancaron sus miembros, pasearon sus restos por la ciudad y acabaron su hazaña quemándolos en un crematorio. No se sabe si los responsables fueron los habitantes de Alejandría (de natural propensión a este tipo de descontroles, como ya se ha mencionado) o los llamados monjes nitrianos, una especie de guardia pretoriana de Cirilo. Los intentos de investigar el crimen fueron abortados por el propio Cirilo, el cual echó tierra sobre el asunto hasta el crimen quedó finalmente impune.

El horrendo final de Hypatia quedó como un hito simbólico, el violento y convulso final de la Edad Clásica. Como decía al principio, cada cual se apropió del mito de Hypatia, simpatizantes y detractores. Mujer de ciencia o bruja, primera feminista o hechicera diabólica, adalid del libre pensamiento o arpía intrigante. Alejandro... ¿qué vas a hacer tú con Hypatia?


martes, 26 de mayo de 2009

La policía devuelve su rostro a Publio Quintilio Varo, gobernador de Germania




La policía alemana ha utilizado los métodos mas modernos de identificación para reconstruir el rostro de Publio Quintilio Varo, el gobernador romano de la provincia de Germania Magna que perdió la vida y tres legiones completas en la legendaria batalla de la selva Teutoburgo.
Coincidiendo con el 2000 aniversario de la derrota ante las tribus germanas que conmocionó a Roma, miembros del departamento de identificación visual de la Oficina de Investigación Criminal de Düsseldorf han logrado devolver la cara al responsable de la muerte de hasta 20.000 soldados romanos.
Para ello se han servido de monedas acuñadas con el rostro de Varo cuando este fue gobernador romano en el norte de África, entre ellas una emitida en Achulla, que permite "identificar claros rasgos individuales", explicó hoy el profesor Dieter Salzmann del Instituto Arqueológico de la Universidad de Münster.
A pesar de que las monedas utilizadas para la identificación visual presentaban un fuerte desgaste por el paso del tiempo, los expertos han podido devolver a Varo su nuez pronunciada, una nariz afilada, un gesto de boca hacia abajo, párpados caídos y un aspecto general de persona bien alimentada. Para ello, y en base a las imágenes de las distintas monedas, utilizaron un programa informático especial para la elaboración de retratos robot que permite ir definiendo los rasgos de un rostro hasta reproducir con la mayor fidelidad posible el original.

Los problemas de la reconstrucción
"Lo mas problemático es que las monedas presentaban siempre a Varo de perfil, mientras los retratos robot son siempre reproducciones de frente", señaló Salzmann, quiense mostró satisfecho con los resultados alcanzados por los criminólogos de Düsseldorf. La elaboración del retrato robot de Varo se produce pocos días antes de la inauguración de varias exposiciones conmemorativas de la batalla de Teutoburgo, en la que miles de germanos acosaron y atacaron durante varios días las legiones XVII, XVIII y XIX, así como varias unidades de caballería y tropas auxiliares, hasta su aniquilación total.
El museo romano de Haltern, el museo regional de Detmold y el museo arqueológico de Kalkriese, todos al oeste de Alemania, ofrecerán hasta después del verano la muestra conjunta "Imperio-Conflicto-Mito" sobre la batalla que frenó la expansión de Roma hacia el norte de Europa.
A las órdenes del príncipe germano Arminius, educado en Roma y hombre de confianza de Varo, a quien traicionó para volver con su pueblo, miles de guerreros germanos de distintas tribus coordinaron por primera vez sus fuerzas para expulsar a los invasores. Tras abandonar con sus hombres la columna de tropas de Varo, que tenía la misión de desarrollar la administración romana y recaudar impuestos en los nuevos territorios conquistados en Germania, Arminius dirigió la ofensiva germana que exterminó a las fuerzas de elite romanas.
Los historiadores calculan que la columna de fuerzas de Varo tenía una longitud de hasta 20 kilómetros y que los germanos la acosaron con una táctica de guerra de guerrillas para fraccionarla e irla destruyendo poco a poco en los profundos bosques de lo que hoy es el occidente de Alemania. A la vista de la derrota total y tras cuatro días y noches de combates incesantes, Varo acabó suicidándose con su propia espada junto a otros oficiales de su tropa, mientras su cabeza, tras ser decapitada, acabó enviada a Roma.
"Quintili Vare, legiones redde!" (Varus, devuélveme mis legiones), dijo el emperador Augusto al conocer el alcance de la derrota, de consecuencias tan traumáticas, que Roma nunca volvió a formar legiones con la numeración de las tres exterminadas.

«Quintili Vare, legiones redde!» (Varus, devuélveme mis legiones), dijo el emperador Augusto al conocer el alcance de la derrota

viernes, 27 de febrero de 2009

Guerra Química en Tiempos del Imperio Romano


Un investigador de la Universidad de Leicester ha identificado lo que parece ser la evidencia arqueológica más antigua de armamento químico, remontándose nada menos que a tiempos del Imperio Romano


Simon James, arqueólogo de la Universidad de Leicester, ha presentado indicios de que una veintena de soldados romanos, encontrados en una antigua mina asediada en la ciudad de Dura-Europos, Siria, fallecieron no como resultado de una estocada con espada o de un lanzazo, sino asfixiados.

Dura-Europos, ciudad a orillas del Éufrates, fue conquistada por los romanos, quienes entonces instalaron allí una gran guarnición de tropas. Alrededor del año 256 d. C., la ciudad fue sometida a un feroz asedio por parte de un ejército del emergente Imperio Persa-Sasánida. La dramática historia ha sido reconstruida exclusivamente a partir de restos arqueológicos, pues ningún texto antiguo la describe. Las excavaciones en el área comenzaron en la década de 1920 y se prolongaron durante la de 1930. Sin embargo, no todo fue descubierto entonces ni mucho menos. Al ser reanudadas las excavaciones en años recientes, han acabado dando como resultado varios descubrimientos espectaculares.

Los sasánidas emplearon todo el arsenal de técnicas de asedio antiguas para superar las defensas de la ciudad, incluyendo excavación de minas para vencer sus murallas. Los defensores romanos respondieron abriendo "contraminas" para rechazar a los atacantes. En una de esas estrechas y bajas galerías subterráneas, se encontró, en la década de 1930, un montón de cuerpos, de cerca de 20 soldados romanos todavía con sus armas. Recientemente, mientras James trabajaba en el yacimiento arqueológico, reexaminó la "escena del crimen" tratando de averiguar la causa de muerte de estos soldados, y cómo llegaron al lugar donde fueron encontrados.



A juzgar por los cadáveres, parece claro, tal como señalan los arqueólogos, que cuando mineros y contramineros se encontraron, los romanos perdieron la escaramuza. Un análisis cuidadoso de la disposición de los cuerpos demuestra que estos fueron apilados intencionadamente contra la boca del túnel romano, usando a sus víctimas para crear una barrera de cuerpos y escudos, paralizando así el contraataque romano mientras prendían fuego a la contramina, colapsando la galería, lo que permitió a los persas proseguir con su operación de avance subterráneo. Esto explica el por qué se encontraron los cuerpos en esa posición. ¿Pero cómo murieron? Matar a 20 soldados en un espacio con menos de 2 metros de altura o anchura, y de cerca de 11 metros de longitud, requería de los persas una fuerza de combate sobrehumana, o bien algo más insidioso.

Los hallazgos realizados en el túnel romano revelaron que los persas emplearon betún y cristales de azufre para quemarlo. Cuando ardieron, tales materiales produjeron densas nubes de gases asfixiantes.

Los persas debieron oír a los romanos mientras excavaban el túnel de contraataque, y prepararon una peligrosa sorpresa para ellos. Los arqueólogos creen que los sasánidas colocaron braseros y fuelles en su galería, y cuando los romanos abrieron un boquete, los sasánidas vertieron la mezcla de productos químicos y bombearon nubes de humo sofocante dentro del túnel romano a través del agujero. La partida de asalto romana quedó inconsciente en cuestión de segundos, muriendo pocos minutos después.

Información adicional en:

Scitech News


Miranda de Ebro

Debido al cerro de avisos sobre copyrights del articulo solo reproduzo el enlace al mismo:

En busca de la ciudad perdida, el yacimiento de Arce-Mirapérez

http://www.sietesemanal.com/sociedad/4011.php

Amenábar desvela la épica romana de ´Ágora´

http://www.elperiodicodearagon.com/noticias/noticia.asp?pkid=479852

La nueva película de Alejandro Amenábar tras el Oscar del 2004 por Mar adentro es de romanos, está localizada en Alejandría en el siglo IV cuando el Imperio Romano dominaba Egipto, se titula Ágora y se estrenará el próximo otoño. Protagonizada por Rachel Weisz (en la foto recibe instrucciones del realizador durante un momento del rodaje en Malta), se trata de "una historia del pasado sobre lo que está pasando ahora, un espejo para que el público observe y descubra que el mundo no ha cambiado tanto", señala el realizador.

lunes, 9 de febrero de 2009

Ludi Circenses en el Circo Romano de Emerita

Por: Juan Sanguino Collado para www.extremaduraaldia.com

http://www.extremaduraaldia.com/reportajes/ludi-circenses-en-el-circo-romano-de-emerita/72710.html

El Circo romano era una de las instalaciones lúdicas más importantes de las ciudades romanas. Junto con el Teatro y el Anfiteatro formaba la trilogía del ocio y la cultura romana por antonomasia. El Circo Romano de Mérida se encuentra en las afueras de la ciudad romana, junto al valle del río Albarregas, en una zona de fácil comunicación y cómodos accesos. El suave declive del terreno fue aprovechado para acomodar parte del graderío.

Los restos de este tipo de construcciones son escasos, ya que al tratarse de construcciones generalmente muy extensas en superficie, habitualmente estos solares han sido reedificados, perdiendo así su estructura general. El circo de Mérida, debido a su gran extensión, fue edificado a unos 500 m. fuera de la muralla, en una vaguada situada en un lateral de la vía de acceso a la ciudad, al lado de la calzada que unía Emerita con Corduba (Córdoba) y Tolletum (Toledo).

Es el circo mejor conservado de Hispania y uno de los mayores del mundo romano. No puede determinarse con certeza la fecha de su construcción (se supone su inicio hacia el año 20 y su inauguración en el 50), además, las competiciones que se celebraron en ella gozaron de gran aceptación por el público, por lo que se remodeló y actualizó permanentemente, pero hay constancia de que en el siglo IV d.C. el conde Tiberio Flavio Leto y el gobernador Julio Saturnino reconstruyeron el circo, según reza una inscripción conservada en el Museo Nacional de Arte Romano, que testimonia la restauración del circo por parte de los sucesores de Constantino el Grande, entre los años 337 y 340, dando fe de la importancia oficial que se concedía a estos edificios, y de cómo servían a los emperadores para su mayor honra y prestigio ante la población.

El interior del Circo emeritense es de unos 30.000 metros cuadrados y posee una longitud de 403 metros y una anchura de 96,50 m. (115 m. incluyendo el graderío).Este Circo poseía una capacidad aproximada de unos 30.000 espectadores. En el centro de la arena se encontraba el muro de separación (spina) de más de 230 m. Esta spina se decoró con obeliscos, pilastras y esculturas cuyas huellas se pueden apreciar aún hoy en los restos de su cimentación. Alrededor de ella corrían los carros conducidos por los diestros aurigas, generalmente de dos caballos, bigae, o de cuatro, quadrigae. Por las dimensiones de la pista es difícil que pudieran competir más de cuatro carros a la vez (en el caso de bigae se llegaría incluso a carreras con 12 carros).Cada carrera (missus) constaba de siete vueltas (spatia) en sentido contrario a las agujas del reloj y las metas estarían en ambos vértices de la spina.

La spina emeritense es de hormigón, de unos 8.5 m. de anchura y está levantada sobre un podium de 95 cmm. de altura, que corre a lo largo de 233 m. Dicha spina no está situada en el centro exacto de la arena, ya que el corredor del lado sur es algo más espacioso que el del lado norte. Las entradas de acceso para los carros se conservan bastante bien, en concreto la monumental Porta Pompae o puerta de los desfiles, de donde partía el cortejo previo a la competición, compuesto por músicos, aurigas participantes, sacerdotes e imágenes de dioses. Junto a ella encontramos los restos de doce carceres, seis a cada lado,(lit. cárcel, calabozo), barreras, puntos de salida de los carros. Estas carceres eran rectangulares, con cuatro pilares en sus vértices y un muro perimetral con pilastras adosadas. Desde estos recintos se accedía a las posiciones de salida de las carreras. En el lado opuesto se encontraba la Porta Triumphalis o puerta del triunfo.

El graderío perimetral (caveae divididas de forma clásica en ima, media y summa), como ya hemos señalado, tendría capacidad para unos 30.000 espectadores, y en él se ubicaban dos palcos, uno para los jueces del espectáculo (tribunal iudicium) y otro, el presidencial, para las autoridades y las personas que sufragaban los juegos. La grada sur se edificó sobre la ladera de una vaguada y la norte sobre una estructura de arcos. Tenía 11 filas de asientos separadas por un pasillo perimetral, gradas ya apreciadas a principios del siglo XIX por Alexandre de Laborde en los bellísimos grabados contenidos en su Voyage Pittoresque et Historique de l'Espagne.

La fachada exterior del Circo era paralela a la vía de acceso a la ciudad, decorada con arcos ciegos y pilastras adosadas y revestida de placas de granito. Su fábrica interna era de mampostería y hormigón.

Hay que decir que el uso del Circo fue más extenso en el tiempo que el del Teatro y Anfiteatro, ya que las normas cristianas eran más benevolentes con estos incruentos espectáculos de carreras, aunque con la implantación oficial definitiva del cristianismo, sucedió lo mismo que en el Teatro, Anfiteatro y demás recintos dedicados al ocio.

En los concilios de Elvira y Arlés, celebrados a principios del S.IV, fue donde prohibieron las profesiones de aurigas y cómicos:
si auriga aut pantomimus credere uoluerint, placuit ut prius artibus suis renuntient et tunc demum suscipiantur, ita ut ulterius ad ea non reuertantur; qui si facere contra interdictum temtauerint, proiciantur ab ecclesia
"si un auriga o un pantomimo quisieran creer, se decide que primero renuncien a sus artes y sólo entonces sean admitidos, de tal modo que no vuelvan a aquéllas más tarde; por lo que si intentaran obrar contra la prohibición, sean expulsados de la Iglesia".

Como ya se ha señalado anteriormente en torno a los años 337-340 se llevó a cabo una reforma por uno de los hijos de Constantino el Grande. El motivo era porque se caía "de viejo", y se llenó de agua según consta en la inscripción hallada junto a las carceres. Dicha inscripción se halla en una lápida conmemorativa de la restauración del circo y su habilitación para espectáculos acuáticos que reza el siguiente texto:

Floren[tissimo ac b]eatissimo s[ae]culo favente / feli[ci]tate [et clementia] dominorum Imperatorumque / nostror[um Flav(i) Claudi Constantini] maximi victoris / et Flav(i) Iul(i) Constanti et Flav(i) Iul(i) [Constan]tis victorum fortissi/morumque semper Augustorum circum vetustate conlapsum / Tiberius Flav(ius) Laetus v(ir) c(larissimus) comes columnis erigi novis ornamen/torum fabricis cingi aquis inundari disposuit adque(!) / ita insistente v(iro) p(erfectissimo) Iulio Saturnino p(raeside) p(rovinciae) L(usitaniae) ita conpetenter / restituta eius facies(!) sp[l]endidissimae coloniae Emeriten/sium quam maximam tribuit voluptatem

"En este tan floreciente y bienaventurado siglo, con el favor dichoso de la época de nuestros señores y emperadores Flavio Claudio Constantino, pío, feliz y máximo vencedor, Flavio Julio Constancio y Flavio Julio Constante, vencedores y augustos siempre poderosísimos, Tiberio Flavio Leto, ilustrísimo varón y conde, ordenó que el circo, derruido por la vejez, fuera reconstruido con nuevas columnas, rodeados de construcciones ornamentales y anegado con agua y así, continuando Julio Saturnino, perfectísimo varón y gobernador de la provincia de Lusitania, su aspecto reconstruido con acierto proporcionó a la ilustre Colonia de los Emeritenses la mayor dicha que pensarse puede."

Se supone que el Circo siguió utilizándose, haciendo caso omiso al edicto eclesiástico, ya que en el S.VI d.C., según datan la lapida sepulcral del auriga Sabinianus, enterrado en la basílica de Casa Herrera, aún se celebraban carreras. Sobre la inscripción de este auriga se encuentra un motivo típicamente cristiano: un cáliz semicircular flanqueado por palomas con ramas delante de ellas. Sólo se conserva parte de las tres primeras líneas de la inscripción:

Sabinianus auriga / requieuit in pace et ui/[xit an]nis XLVI di
"Sabinianus, auriga, descansó en paz y vivió 46 años"
Es más, hay que dejar claro que muchos aurigas profesaron la fe de Cristo ya que el auriga se jugaba la vida en cada carrera, pudiendo morir en cualquiera de los accidentes que, con cierta frecuencia, se producían en la arena del circo. Es natural, por tanto, que fueran gentes supersticiosas y que incluso fueran devotos creyentes de creencias que les asegurasen, no sólo la salvación del cuerpo, sino, además, en caso de un desastre irreparable, la salvación del alma.

Entre el inmenso abanico de religiones mistéricas, venidas en su mayoría de Oriente, no se puede descartar el cristianismo( además, a pesar de la incondicional condena de los Padres de la Iglesia, la única forma que tuvo el cristianismo de vencer a los juegos fue haciéndolos suyos, como vino haciendo durante siglos con muchos otros aspectos del mundo pagano)

La pasión que despertaba este espectáculo se puede apreciar en las pinturas, esculturas y mosaicos de temática circense (significativos del deseo de victoria para los aurigas son la leyenda uincas, que aparece a menudo bajo su forma griega nika en algunos mosaicos, el nombre de los favoritos: Eutimi uincas, Pannoni nika(aparecidos en pseudo-monedas contorniatas), Marcianus nicha, el nombre del auriga asociado a su factio: Eustorgius in prasino; Domninus in veneto o la aparición del monograma PL (o PE), interpretado como símbolo de la victoria y que hacía alusión a la palma y a la corona de laurel: palma et laurus), así como textos literarios relativos al mismo, destacando el auriga lusitano Cayo Apuleyo Diocles, que triunfó en Roma como mejor conductor de carros de todos los tiempos, suponiéndosele el inicio de su meteórica carrera en el Circo de Emerita.

Hoy en día relacionamos los espectáculos circenses romanos con las carreras de cuadrigas, pero en realidad constaban de muchas y diversas actuaciones, sucediéndose las exhibiciones hípicas mezcladas con acrobacias, carreras de atletas, o las carreras de dos (bigae), tres (trigae), cuatro (quadrigae) o más caballos (en ocasiones se llegaban a juntar en un mismo tiro 6, 8 o 10 caballos, decemiuges), todo ello con una entrada espectacular precedida por el sonido de las trompetas. En la spina se podía ver cómo las figuras que la decoraban eran retiradas una a una, generalmente huevos de piedra o estatuillas de delfines, según se sucedían las vueltas (vienen aquí a la mente las imágenes de las carreras de quadrigae de la película Ben-Hur).

Las carreras empezaban con el lanzamiento de un pañuelo blanco (mappa), gesto realizado por el organizador del evento, cónsul o magistrado, personaje ataviado de manera ostentosa, y bajo él, en la arena, los carros estaban ordenados según les había correspondido en un sorteo previo situándose los aurigas con sus caballos y delante de ellos una cuerda atada a piezas de mármol para marcar la salida rápidamente de modo que, al comenzar al mismo tiempo, la carrera fuese más justa.

Cada uno de los equipos eran llamados factio, bien diferenciados por un color, el blanco de la factio albata, el verde de la factio prasina, el azul de la factio veneta y el rojo de la factio russata(durante la República existían solo dos factiones, la russata y la albata. A comienzos del siglo I se añade la factio prasina y la factio veneta y a finales del siglo III, los "blancos" se unieron a los "verdes", y los "rojos" a los "azules", aunque no dejaron de existir en la arena).

Esto ayudaba al público a identificar a su equipo y hacer apuestas a la cuadriga vencedora. Cada factio estaba compuesta por los conductores de los carros (aurigae muy bien pagados como las actuales estrellas de fútbol o F1), mozos de cuadra, adiestradores (doctores y magistri), veterinarios (medici), reparadores (sarcinatores), guarnicioneros (sellarii), guardas de cuadra (conditores), palafreneros (succonditores), almohazadores y abrevadores encargados de refrescar con agua los ejes de los carros y los caballos (sparsiores), así como los iubilatores, los hinchas que con sus gritos animaban a su cuadra y a sus carros siguiéndolos a pie o a caballo.

Al inicio de la carrera el estruendo era increíble ya que cuanta más dificultad mayor era la expectación, los circos eran relativamente estrechos así que cuando la factio giraba se podrían producir choques entre ellos o contra las columnas. Una carrera limpia era una carrera aburrida y un auriga arriesgado se convertía en un ídolo de masas, parecido si cabe a la popularidad de los grandes gladiadores romanos. Como más arriba se ha señalado, completaban siete vueltas (algo más de ocho kilómetros), después de las cuales, el vencedor recibía la aclamación del público y compensaciones económicas por parte del organizador (o en Roma incluso por el emperador).
Más pasión que la lucha (munera gladiatoria) desataron en Roma las carreras de carros, llegando incluso a producir divisiones partidistas entre los asistentes. Arrastraba tantas o más pasiones que el fútbol actual en el mundo antiguo.

En su origen las carreras se celebraban en honor de Consus, una deidad agraria por lo que el evento se integró en las fiestas celebradas en abril para honrar a la diosa de la cosecha, Ceres (Cerealia). La carrera iba precedida también de un desfile (pompa) que en Roma partía del Capitolio, atravesaba el foro y llegaba al Circo Máximo. Tras el desfile se procedía al sorteo para determinar el lugar de salida de cada una de las facciones en liza: blancos, azules, rojos y verdes. Los carros estaban tirados generalmente por cuatro caballos y se situaban en su correspondiente carcer. El presidente daba la salida, momento en el que estallaba el delirio. La carrera no era una cuestión de rapidez sino de táctica y técnica. Colocarse bien y obstaculizar los progresos del contrario era más importante que poseer caballos veloces.

Los aurigae o agitatores iban de pie sobre los carros armados con su fusta, vestidos con una túnica corta sujeta al cuerpo con correajes, la tela de la túnica era del color de la facción a la que pertenecía, la cabeza estaba protegida por un casco y llevaban un pequeño cuchillo en el cinturón para cortar las riendas en caso de caída ya que muchas veces iban atadas al cinturón. El equino fundamental era el de la izquierda (funalis), enganchado en la parte externa del carro por medio de una cuerda (funis) para que al dar la vuelta a la meta, hiciese una curva muy cerrada, ganara tiempo y el carro no volcara.

El caballo de la izquierda estaba unido al eje y el de la derecha al lateral en marcha, en lugar de por un yugo, como estaban unidos los caballos del centro (introiuges). La compenetración del auriga con este caballo, después de muchos entrenamientos, debía ser total, ya que debía realizar los giros guiando al resto de caballos. Con las riendas atadas a la cintura, los aurigas iban muy tensos ya que tenían que hacer un doble esfuerzo: mirar adelante, alentar y conducir a sus caballos, controlando que no volcaran por exceso de velocidad, mientras evitaba que algún carro que quisiera adelantarlo chocara con él o le hiciera chocar contra las paredes y sufrir un accidente.
Era bastante fácil volcar el carro, chocar contra la spina o contra otro carro, lo que en el argot se llamaba "naufragar".

En caso de peligro o accidente (naufragium), el auriga cortaba las riendas con un cuchillo para no ser arrastrado por los caballos y el carro. La victoria se decidía en los últimos metros, cuando el público enloquecía apoyando a su factio. Incluso existía cierta correspondencia cromática con las clases sociales. Los partidarios de la factio veneta se reclutaban entre los miembros de la aristocracia mientras los de la factio prasina eran gentes de estrato más humilde. El espíritu partidista llegó a provocar enfrentamientos entre los espectadores, llegándose a producir trifulcas propias de ultras, tiffosi y hooligans.

Como ocurrió con los más famosos gladiadores, algunos aurigas y sus caballos también alcanzaron la fama, especialmente entre las damas, celebrándose sus victorias y sus gestas amorosas. Sin embargo, encontramos aquí una importante contradicción. El pueblo los admiraba, pero los despreciaba al mismo tiempo. La fama de los aurigas iba acompañada de una pésima reputación, debido a la supuesta vida disoluta atribuida a las personas que protagonizaban los espectáculos de todo tipo.

El pueblo, aunque los admiraba, no quería para sí su popularidad, prefiriendo ser totalmente desconocido, e incluso odiado, a tener la fama que tenían ellos. Pese a ello, los aurigae eran verdaderos héroes que hacían ganar y ganaban grandes sumas de dinero y honores. Además de dinero y regalos, el premio para el vencedor de la carrera era una palma que mostraba con orgullo al enfervorecido público que le había apoyado. Los nombres de Escorpo, Diocles, Sabinianus o Eutiques han llegado hasta nosotros a través de diversas inscripciones en las que se enumeran sus carreras y victorias. Pero también conocemos el nombre de muchos caballos que asombraron por su velocidad y valentía. Entre todos ellos destacó nuestro ya conocido el lusitano Diocles, que venció en 1.462 carreras y ganó más de 35 millones de sestercios (la cifra nada despreciable de unos 56 millones de euros actuales).

Los aurigas se veían colmados de privilegios y honores si vencían. Si el auriga era un esclavo, con frecuencia recibía la ansiada libertad. En general, los aurigae salían de su condición humilde y recaudaban grandes fortunas gracias a las primas que recibían de los magistrados (en Roma incluso del propio emperador) y del elevado salario que exigían a los dueños de las cuadras (domini factionum) con el pretexto de fichar por otra factio. Los aurigas más famosos comenzaban a ser llamados miliarii si habían obtenido la victoria en más de mil ocasiones (Escorpo venció 1.042 veces, Pompeyo Epafrodito 1.467, Muscloso 3.559 y el famoso Diocles unas 3.000 veces con bigae y 1.462 con quadrigae o carros de más tiro). Por sus cualidades físicas, ya fuera agilidad, fuerza o sangre fría y su duro entrenamiento se les tenía en gran consideración (como a las actuales estrellas del deporte rey). El premio por la victoria era una corona, una palma o una cadena de oro, además de las sustanciosas primas económicas.

Pero no todo lo que rodeaba el mundo del auriga era vano oro y oropel. Había también un mundo oscuro y diabólico que vagaba por el trasfondo de los ludi circenses. Las prácticas mágicas y los envenenamientos de rivales inmediatos estaban al orden del día en el mundo que rodeaba las carreras. En efecto, los aurigas poseían, aparte de su pericia como conductores de quadrigae, fama de hechiceros y de expertos envenenadores, cuyos conocimientos usaban en ocasiones para vencer o importunar al rival. Las fuentes dan testimonio del frecuente uso de las artes mágicas con tal fin. Así, se usaba la magia para "in curriculis equos debilitare, incitare, tardare" (debilitar, incitar, retardar los caballos en las carreras). Así las cosas, algunos aurigas despertaban rumores de hechicería ante una serie de continuos éxitos.

La maldición dirigida contra el auriga rival o contra sus caballos recibía el nombre de devotio. Era una fórmula estereotipada, con una serie de atenuaciones, restricciones y condiciones, escritas en lengua vulgar (mezclándose a veces el griego y el latín, bastante frecuentemente con errores léxicos y gramaticales) que invitaba a las fuerzas subterráneas a hacer morir, torturar o "atar" (esto es, paralizar física y/o anímicamente) a la persona indicada. Frecuentemente, se añadían al texto dibujos enigmáticos y signos mágicos. Esta fórmula se grababa sobre una lámina metálica, habitualmente de plomo. La elección de este metal tenía una doble causa. Por un lado, el metal consagrado a Saturno (divinidad hostil a los hombres) aumentaba la eficacia del maleficio. Por otro, la hoja de plomo podía ser fácilmente doblada o enrollada, ocupando menos espacio (como aparece frecuentemente, en forma de pequeño volumen).

Tras haber sido escrita, la maldición se entregaba a las divinidades infernales mediante su colocación en una tumba, bajo la vigilancia del muerto, siguiendo ciertos ritos destinados a aumentar su efectividad. Se conservan muchas de estas tablillas (tabellae defixionum, lit. tablillas de inmovilizaciones, de encantamientos), aparecidas, principalmente, a lo largo de las vías, por ser el lugar donde normalmente se ubicaban las tumbas, siendo de destacar las encontradas en la vía Appia de Roma. Una de las tablillas de defixión más conocidas proviene de Hadrumetum (Túnez), y fue encontrada en la tumba de un niño. Esta tablilla es de plomo, y mide 11 por 9 cm. Está grabada por ambas caras. Sobre una de ellas se encuentra el siguiente texto:

adiuro te demon qui/cunque es et demando ti/bi ex anc ora anc di/e ex oc momento, ut equos / prasini et albi crucies / ocidas, et agitatore Cla/rum et Felice et Primu/lum et Romanum ocidas / collida, neque spiritum illis / lerinquas; adiuro te / per eum qui te resoluit / temporibus deum pelagi/cum aerium Iaw Iasdaw / ooriw .. ahia.

"te conjuro, demonio, quienquiera que seas, y te pido que desde esta hora, desde este día, desde este momento, tortures y mates a los caballos de los Verdes y de los Blancos, y hagas chocar y mates a los aurigas Claro, Félix, Prímulo y Romano, y no dejes ni el espíritu para ellos; te conjuro a través de éste que te desligó para siempre, el dios del mar y del cielo."

Sobre la otra cara se encuentra grabado un demonio con una cresta de gallo sobre su cabeza. Con su mano derecha sostiene un vaso con asa y con la izquierda, un largo pie rematado en una lámpara, quizás un incensario.

Está de pie sobre un esquife o barco pequeño. En su pecho puede leerse su nombre (Baitmo /rbit/to). Para algunos autores sólo son palabras mágicas (Antmo / arait / to). Tras él hay grabadas palabras mágicas de significado desconocido (Cuigeu / censeu / cinbeu / perfleu / diarunco / deasta / bescu / berebescu / arurara / baxagra). Sobre el esquife se encuentran los nombres de Noctiuagus, Tiberis, Oceanus, tal vez pertenecientes a caballos. El sentido de la inscripción queda bastante claro: el autor, seguramente un auriga perteneciente a la facción russata o veneta, recurre a la ayuda de un demonio para eliminar a los aurigas y a los caballos de la factiones prasina y albata.

Para protegerse contra estos maleficios, los aurigas recurrían frecuentemente a todo tipo de amuletos, como por ejemplo campanillas colgadas del
pecho de sus caballos, como puede apreciarse en el mosaico emeritense del auriga Marcianus. También podrían considerarse amuletos, aunque no exclusivamente de los aurigas, las monedas contorniatas, cuya finalidad desgraciadamente se desconoce. Es posible que fueran amuletos arrojados al público al principio de los juegos (con lo que estarían relacionadas con el ceremonial de la pompa circensis), existiendo tal vez la creencia de que su posesión favorecería la victoria de la facción a la que se apoyaba, especialmente las que contenían escenas referentes al circo o aparecían decoradas con la cabeza de Alejandro Magno, a quien se atribuía una virtud de protección contra la magia. De este modo, su función seguiría siendo la de amuletos, aunque cambiaría su poseedor: ya no sería el auriga, sino el público que contemplaba la carrera. Por otro lado, las contorniatas eran un importante medio propagandístico del Senado (pues eran acuñadas por la prefectura urbana, magistratura ligada al Senado), mediante las cuales la aristocracia intentaba ganarse los favores del pueblo.

Tan alto grado de superstición es normal entre profesionales cuyo oficio comportaba grandes riesgos de perder la vida en cada carrera. También se encontraba en otros profesionales del ocio cruento, tales como los gladiadores o los uenatores.

A veces, los aurigas no se limitaban a esperar pacientemente a que las divinidades infernales cumpliesen lo que con tanto interés les habían pedido en las tabellae defixionum. No debían de ser raros los casos en los que el auriga tentaba a la suerte intentando perjudicar al rival o a sus caballos mediante el uso de venenos. Llegaban incluso a acudir a expertos envenenadores en busca de ayuda, o para aprender su oscuro oficio. Digo tentaban a la suerte porque el auriga que fuese sorprendido en la práctica de la magia con intención de dañar a otras personas era inmediatamente condenado a la pena máxima y ejecutado. Un alto precio por la búsqueda de fama y notoriedad en los ludi circenses.

En cuanto a los otros protagonistas de las carreras, los caballos, hay que decir que los mejores procedían generalmente de Hispania y en menor medida de la Península Itálica, Grecia y el norte de África. A los tres años empezaban a ser adiestrados y dos años más tarde ya estaban dispuestos para competir. Por otra parte, las yeguas eran destinadas al yugo, a los puestos centrales, mientras que los machos pura sangre eran los funales. Ya entonces se buscaba que cada caballo tuviera su pedigrí, su cuadro de honor y su notoriedad, de manera que su fama se extendía en ocasiones a lo largo de todo el Imperio. No obstante, junto a las carreras, como se ha señalado antes, había otros tipos de espectáculos.

Estaban los acróbatas que llevaban dos caballos y saltaban de uno a otro (desultores), otros hacían exhibiciones de monta de caballo con armas y con simulacros de combate, otros acróbatas montaban a caballo, se ponían de rodillas y se tumbaban encima del caballo, otros recogían un pañuelo de suelo sin desmontar y otros saltaban por encima de una quadriga. También están documentadas otras actividades como los combates de púgiles (pugillatus), las carreras de atletismo, la lucha, el lanzamiento de jabalina y de disco.

Las carreras, al mismo tiempo, eran la ocasión perfecta para que los asistentes se divirtieran con otra de sus grandes pasiones: el juego y las apuestas (sponsio). La victoria de un carro y una cuadra hacía ricos a unos y pobres a otros, de manera que entre el público las alegrías y las tristezas iban y venían continuamente de una a otra factio.

Los espectáculos eran anunciados en carteles realizados en colores rojo y negro que se distribuían por toda la ciudad. Junto con las distribuciones gratuitas de alimentos, los juegos eran la manera más utilizada para ganarse la simpatía popular. El espectáculo de las carreras solía acabar con un banquete (epulum) en época de Augusto, Nerón y Domiciano. En los intervalos entre carreras se lanzaban regalos (missilia o sparsiones) que consistían en golosinas, bolsas con comida, "papeletas" para la rifa de un barco, una casa o una granja que podía servir de consuelo para las pérdidas en las apuestas. Panem et circenses que contentaban a la plebe y les hacía no prestar atención a las cuestiones gubernamentales. Demagogia en estado puro. No cabe duda de que los emperadores veían con buenos ojos estas banderías y está claro que los mejores hombres del Estado estimulaban con todas sus fuerzas este encauzamiento de las pasiones de la multitud en una dirección en que podían manifestarse, al parecer, sin el menor quebranto para los intereses del trono.

Al menos, no se tiene constancia de alguien con verdadera conciencia social intentase siquiera poner coto a estos tejemanejes. Lejos de ello, era sabido por todos que varios emperadores tomaban partido abiertamente por uno de los bandos: Vitelio y Caracalla, entre otros, por los "azules"; Calígula, Nerón, Domiciano, L. Vero, Cómodo y Heliogábalo por los "verdes", que en los primeros tiempos del Imperio son los que parecen haber afirmado la primacía. Pero los emperadores no se contentaban solamente con estimular las factiones mediante su participación en ellas, sino que además oprimían y aterrorizaban, al menos en algunos casos, el bando o a los bandos contrarios, persiguiéndolos con la violencia más brutal.

Las factiones podían estar seguras de encontrar un gran predicamento entre el pueblo, entre otras razones porque disponían de una organización sistemática, manejaban sumas importantes de dinero, sostenían y daban trabajo a gran cantidad de gentes y no escatimaban, evidentemente, gastos para extenderse y afianzarse socialmente. Pero lo que daba a los ludi circenses una importancia verdaderamente extraordinaria de que por sí era el hecho de que brindaba a la masa una magnífica oportunidad para tomar partido en pro o en contra en cuantos litigios o controversias surgiesen. Bastaba con que alguien gritase una consigna. Eran relativamente pocos los que se interesaban, con conocimiento de causa, por los caballos y los corredores.

En cambio, por los colores se interesaba todo el mundo. Los caballos y los aurigas cambiaban, pero los colores eran perennes, eran siempre los mismos. El griterío de las caveae a favor o en contra de esta o aquella factio se sucedió durante más de quinientos años, de generación en generación, en el seno, además, de una población cada vez más salvaje, y si los excesos y los cruentos tumultos eran el pan nuestro de cada día en todos los espectáculos, los ludi circenses, agitados por las pasiones de los colores, se convertían a pasos agigantados en escenario de sangrientas y dantescas batallas.

Daba lo mismo que dominase el mundo Nerón o Marco Aurelio, que el Imperio viviese en paz o sacudido por las insurrecciones y la guerra civil, que los bárbaros amenazasen las fronteras o fuesen rechazados por los ejércitos romanos. Desgraciadamente, al igual que en los tristes y trágicos tiempos que nos toca recorrer, parece ser que lo único que en Roma interesaba a todo el mundo, altos y bajos, ricos y pobres, libres y esclavos, hombres y mujeres, lo que agitaba las esperanzas y los temores, era simplemente el saber si ganaría la factio prasina o la veneta.

Juan Sanguino Collado. Filólogo. Co-autor del libro De Cocina Antigua:Viaje Gastronómico desde Roma a Al-Andalus