jueves, 20 de mayo de 2004

Las Revueltas Bátavas (I)

Civilis aún era el comandante de una de las unidades auxiliares bátavas al servicio de Roma; sin embargo, el comandante de las Legiones del Rhin, Marcus Hordeonius Flaccus, no sabía que Civilis conspiraba contra Roma, pese a sospechar que algo estaba ocurriendo. Esto brindó a Civilis su oportunidad. Indujo a los cananefates (una tribu situada entre los bátavos y el mar) a alzarse, en la confianza de que Flaccus lo enviaría justamente a él a sofocar la rebelión.
Tácito cuenta cómo comenzó la guerra contra los romanos en agosto del año 69.

“Entre los cananefates había un loco desesperado e imprudente llamado Brinno, descendiente de una muy distinguida familia. Su padre había sido partícipe en numerosos saqueos [...]. El mero hecho de ser su hijo el heredero de una familia rebelde le proporcionaba bastantes apoyos. Se colocó sobre un escudo, según la antigua costumbre tribal, y fue transportado sobre los oscilantes hombros de sus porteadores para simbolizar su elección como líder. De inmediato reclutó a los frisios del otro lado del Rhin, emboscó a dos unidades auxiliares romanas en las proximidades de sus campamentos y, de forma simultánea, los invadió desde el Mar del Norte.
La guarnición no esperaba tal ataque, y no hubiesen tenido fuerzas para resistirlo cuando llegase a ocurrir, de tal manera que los puestos fueron capturados y desvalijados. Entonces, el enemigo cayó sobre los proveedores y los que comerciaban con los romanos, quienes se dispersaron por toda la región sin plantearse guerrear. Los saqueadores estuvieron también a punto de destruir los puestos y campamentos fronterizos, pero estos fueron incendiados por sus comandantes, puesto que no los podían defender”

Entre los campamentos destruidos por Brinno se encontraba el de la III Unidad de Caballería Gallica, destinada en Praetorium Agrippinae (la actual Valkenburg, cerca de Leyden), donde los arqueólogos han llegado a encontrar la capa de tierra quemada. Y entre los puestos fronterizos destruidos por los propios romanos, se encuentra el de Traiectum (Actual Utrecht). Un detalle que se ha mencionado es el hallazgo de un tesoro de 50 piezas de oro, enterrado por un legionario que jamás pudo conseguir recuperarlo.

Tácito continúa su relato:

“Las sedes de las diversas unidades auxiliares que se pudieron reunir, así como las tropas, fueron conducidas a la parte oriental de La Isla, al mando de un centurión veterano llamado Aquilius. Pero sólo era un ejército sobre el papel, carente de fuerza real. Difícilmente podría haber sido de otro modo, teniendo en cuenta que Vitellius había retirado la mayor parte de los efectivos de las unidades”.

Por una afortunada casualidad, este Aquilius es conocido a partir de un hallazgo arqueológico: un disco o medalla de plata que se encontró en una base de la caballería (conocida como “Kopse Hof”), al este del Oppidum Batavorum, la capital de los bátavos (la actual Nijmegen). El nombre completo era Caius Aquilius Proculus, y había pertenecido a la Legio VIII Augusta, que no estaba estacionada en las provincias germanas.
Este dato es muy importante, puesto que reivindica al general Flaccus: si un centurión veterano estaba presente en Nijmegen era porque Flaccus había enviado refuerzos, lo cual sólo se explica asumiendo que esperaba problemas con los bátavos. Por tanto, la teoría de Tácito de que el ataque fue por sorpresa es errónea: los romanos fueron sorprendidos con las defensas bajas porque no contaban con una rebelión de los cananefates, pero estaban al tanto de las tensiones crecientes.
Civilis elaboró un plan. Se echó encima la tarea de criticar a los comandantes por abandonar sus fuertes, y ofreció ir a pactar en persona con los cananefates, contando con la ayuda de la unidad a las órdenes de su comandante. En opinión de los comandantes romanos, podían volverse a sus correspondientes acuartelamientos. Pero los germanos son un pueblo que adora pelear, de manera que no mantuvieron el secreto mucho tiempo. Gradualmente, se fueron extendiendo los rumores de que se estaba planeando algo, y acabó descubriéndose la verdad:la sugerencia de Civilis implicaba una trampa. Las unidades dispersas eran más propensas a ser destruidas, y el instigador no era Brinno, sino Civilis.
En este punto, Tácito se muestra sumamente insidioso. No da el nombre del oficial romano que se percató de la estratagema de Civilis e investigó lo que podría estar ocurriendo, pero seguramente fue alguien por encima de Civilis en el escalafón militar; en otras palabras, Marcus Hordeonius Flaccus. Continuando con el relato de Tácito, esa descripción de la derrota de Aquilius, se puede observar que los romanos recibieron refuerzos por vía fluvial. Es fácil adivinar quien fue el responsable de enviarlos.

Al quedarse en nada el complot, Civilis recurrió a la fuerza y reclutó a los cananefates, frisios y bátavos como fuerzas de asalto independientes. Por parte romana, se había establecido el frente a no demasiada distancia del Rhin, y los escuadrones navales que se habían situado en este punto se alinearon para enfrentarse al enemigo.
Al poco de empezar la batalla, una unidad tungria se pasó a Civilis, y las tropas romanas, en desbandada ante esta imprevista traición, fueron derrotadas por la arremetida combinada de aliados y enemigos.
Los tungrios eran una tribu romanizada que vivían en el este de la actual Bélgica, donde aún perdura su recuerdo en la ciudad llamada Tongeren. Para los romanos, el hecho de que desertaran en el curso de esta batalla (que probablemente tuvo lugar al sur de la actual Arnhem)fue alarmante, puesto que hacía pensar que las unidades auxiliares que fueran reclutadas entre otras tribus leales podrían no ser de fiar. Sin embargo, eran, lo mismo que las agotadas Legiones, las únicas tropas de que disponía Flaccus. Para empeorar las cosas, tanto los voluntarios de las provincias del norte como las tribus germanas del otro lado del Rhin estaban de parte de Civilis.
Este triunfo consiguió un prestigio inmediato para los rebeldes, y proporcionó una base muy útil para acciones futuras. Habían conseguido las armas y naves que precisaban, y fueron aclamados como libertadores apenas se difundió la noticia, como un fuego incontrolado, por todas las provincias germanas y galas. Aquellas enviaron su ofrecimiento de ayuda inmediatamente. Para la alianza con las provincias galas, Civilis recurrió a la astucia y el soborno para conseguirla, devolviendo a los comandantes de las unidades auxiliares que habían sido capturados a sus correspondientes tribus, y ofreciendo a los hombres la oportunidad de elegir entre ser licenciados o continuar alistados. A aquellos que se quedaron se les ofreció servir según términos honorables, y aquellos que se fueron recibieron parte del botín de guerra tomado a los romanos.
Los romanos fueron expulsados de toda la región situada a lo largo de los ríos Maas, Waal y Rhin. La base de caballería de Kopse Hof es el único campamento romano que no fue incendiado, lo que sugiere que los romanos fueron capaces de conservarlo, y que todavía controlaban el cruce del Waal cerca de Nijmegen.

Hasta ese momento, en el lado romano, la guerra había sido sostenida por los auxilia: tropas escasamente armadas que se reclutaban entre la población nativa, y que no podían competir con los bátavos, que estaban en mayoría. La respuesta de Flaccus ante la derrota fue enviar a las Legiones, con infanteria armada convenientemente.
Las Legiones V Alaudae y XV Primigenia dejaron su base habitual, en Vetera, junto con tres unidades auxiliares: ubios de la actual Colonia, tréviros procedentes de la moderna Trier y el escuadrón bátavo.
Flaccus y el comandante de la fuerza expedicionaria, un senador llamado Munius Lupercus, podrían haber tenido sus dudas sobre el asunto, pero sabían que estaba al mando un enemigo personal de Julius Civilis, un hombre llamado Claudius Labeo. A finales de agosto, ocuparon Insula Batavorum. En algun sitio, al norte de Nijmegen, se encontraron con el ejército bátavo.
Cerca de Civilis se concentraban los estandartes romanos capturados: sus hombres tenían los ojos clavados en los trofeos recientemente ganados, en tanto que sus enemigos estaban desmoralizados por la cadena de derrotas sufridas.
Esto dio lugar a que las madres y hermanas, junto con las esposas e hijos de todos los hombres, ocupasen los puestos de la retaguardia como una incitación a la victoria o como un reproche en caso de derrota. Entonces, los cantos de combate de los guerreros y los estridentes gemidos de las mujeres sonaron por encima de la multitud, consiguiendo como respuesta tan sólo un débil saludo de las Legiones y de las tropas auxiliares.
El ala izquierda del frente romano pronto quedó expuesto, al desertar el regimiento de caballería bátavo, que de inmediato se dio la vuelta para enfrentarse a los romanos. Pero en esta espantosa situación, los legionarios mantuvieron intactos sus armas y sus filas.
Los auxiliares ubios y tréviros se deshonraron ellos mismos al huir en desbandada por todo el campo de batalla en salvaje vuelo. Contra ellos dirigieron los bátavos su ataque más feroz, lo que dió a las Legiones un respiro para volver al campamento de Vetera.

En este escenario, la base de Kopse Hof fue asaltada por los bátavos. Posiblemente,la ausencia de señales de violencia signifique que se trataba de la base de la caballería bátava que se pasó a Civilis.
Cualquiera que sea la interpretación exacta, la última guarnición se fue de las tierras bátavas, lo que supuso un enorme bofetón al prestigio romano. Un ejército de cerca de 6.500 hombres, incluyendo legionarios, había sido derrotado. Civilis debió ser un hombre feliz, pero eso no lo hizo sentirse generoso. No honró a Claudius Labeo, que había tenido un importante papel en la victoria bátava, sino que lo arrestó. Todavía detestaba a su enemigo, uno de los Claudii que había amenazado la posición de la vieja aristocracia bátava, y lo había enviado al exilio con los frisios del norte, lejos de cualquier futuro teatro de operaciones.
Cualquiera que fuese el objetivo de los rebeldes, lo habían alcanzado. La presencia de cientos de cadáveres demostraba, sin ninguna duda, que Civilis había vengado a su hermano. La tribu había castigado a los romanos por licenciar sin ningun tipo de honores a la Guardia Imperial y por el reclutamiento forzoso. Más aún, los bátavos eran considerados la tribu germana más poderosa de la zona. Si Julius Civilis quería ser el rey de su tribu, tenía razones para conseguirlo: alguien que había derrotado a dos Legiones tenía suficiente prestigio como para ser el líder de algunas tribus. Los bátavos habían ganado su libertad, y sabían que los romanos reconocerían su independencia y no los desafiarían.
Además,Civilis tenía una carta de Vespasiano, el comandante de las Legiones romanas destacadas en Judea que se había levantado contra el Emperador Vitellius. En esta carta le pedía a Civilis, con quien había combatido durante las guerras britanas, que se rebelase. De esta manera, Vitellius no podría emplear a todas sus tropas para luchar contra Vespasiano. Civilis había hecho precisamente aquello que Vespasiano le pedía, si bien, por otros motivos, y los bátavos tenían justificación en la esperanza de que Vespasiano les reconocería la independencia. Después de todo, el Emperador Tiberio había permitido, en una situación semejante, el año 28,la autonomía de frisios y catos.
Julius Civilis había conseguido todo lo que pretendía, pero en pocas semanas cometería el fatal error que supuso, un año después, su perdición.

Por Ennia Durmia

miércoles, 12 de mayo de 2004

Las revueltas bátavas: antecedentes

Los bátavos habitaban la región a lo largo de dos grandes ríos (donde actualmente se ubican los Países Bajos), en una isla de gran tamaño entre el Rhin y el Waal(De hecho, su nombre perdura en la actual denominación de la isla: Betuwe).
La Isla (De Betuwe) era una región más bien pobre, que no podía ser explotada financieramente por los romanos. Por ese motivo, la contribución de los bátavos al Imperio fue a base de hombres y armas: ocho unidades auxiliares de infantería, un escuadrón de caballería, y –hasta que los licenció Galba- la guardia montada del Emperador. La investigación demográfica permite concluir que cada familia bátava tenía (al menos) un hijo en el Ejército. Reclutar más hombres era prácticamente imposible, por lo que constituyó una sorpresa ver a los reclutadores del Ejército llamando a filas a ancianos, inútiles y jóvenes.
Tácito continúa su relato:

“Julius Civilis invitó a los nobles y a los plebeyos más decididos a una gruta sagrada, aparentemente para celebrar un banquete. Cuando vio que la oscuridad y la alegría habían inflamado sus corazones se dirigió a ellos. Comenzando con una referencia a la gloria y a la fama de su nación, continuó catalogando las equivocaciones, los expolios y todas las demás desgracias de la esclavitud. La Alianza con Roma (según dijo) no se estaba cumpliendo en los términos previamente acordados: estaban siendo tratados como mercancía”

Hay que tener presente que Julius Civilis era ciudadano romano, y miembro de la familia real que antaño gobernaba a los bátavos. Posteriormente, la situación había cambiado; ahora tenían un summus magistratus (magistrado supremo), pero la familia de Civilis era aún muy importante e influyente. El propio Civilis había luchado con una de las unidades auxiliares bátavas adscritas a la Legio Romana durante la invasión de Britania, y aún estaba al mando de una unidad.
Tácito dice de él que era “excepcionalmente inteligente para ser un bárbaro”, siendo esto un lugar común que los escritores romanos usaban para describir a los no romanos que los habían sorprendido por algo (Es el mismo caso del cronista Velleius Paterculus, que emplea aproximadamente esas mismas palabras para describir a Arminius, que había derrotado estrepitosamente a los romanos en el Bosque de Teutoburg el año 9 D.C.).

Julius Civilis y su hermano Claudius Paulus (otro nombre que demuestra que quien lo lleva es ciudadano romano) habían sido detenidos el año 68, acusados de traición. Según dice Tácito, esa acusación era infundada. No se conoce realmente la naturaleza de tal acusación, pero sí su resultado: Paulus fue ejecutado, y a Civilis se le concedió el indulto cuando Galba se convirtió en Emperador. En el transcurso de las últimas semanas del año 68, Civilis había regresado a Germania Inferior, siendo detenido nuevamente, y llevado a presencia del nuevo gobernador, Vitellius. Esta vez no hay motivos para dudar que Civilis había hecho algo. Sin embargo, Vitellius le concedió el perdón como gesto de deferencia hacia los bátavos. De este modo, esperaba ganarse el apoyo de las ocho unidades auxiliares. Pocas semanas más tarde, las tropas se pusieron del lado de Vitellius, y tomaron parte en la marcha sobre Roma.
El mencionado banquete en la gruta sagrada ilustra bastante bien que los bátavos estaban romanizados sólo parcialmente (al menos, eso pretende hacer creer Tácito). De otro modo, se habrían reunido en una sala.
Las palabras de Tácito recuerdan, en cierto modo, lo que escribe en sus “Orígenes y costumbres de los germanos”:
"Es durante sus fiestas que los germanos suelen consultar [...], piensan que no hay otro momento en el que la mente esté más abierta a la simplicidad del propósito o más preparada para aspiraciones nobles. Una raza sin astucia, natural o adquirida, que manifiesta sus pensamientos ocultos en la libertad que proporciona la festividad. Por eso afloran los sentimientos de haber descubierto todo y de haberse relajado del todo, la discusión continúa al día siguiente, y de cada ocasión se deriva su propia ventaja característica. Deliberan cuando no pueden disimular; resuelven cuando el error es imposible".

Esta descripción de las consultas o asambleas germanas es sumamente sospechosa. Al igual que todos los autores griegos y romanos, Tácito estaba obsesionado con el enfrentamiento entre civilización y barbarie. Tanto griegos como romanos se consideraban a sí mismos civilizados, y como vivían en el centro del disco terrestre, podría asumirse de una forma razonable que solamente los salvajes habitaban los confines de la Tierra. Al residir ellos en las planicies de los ríos, resulta bastante obvio que los bárbaros habitaban en montañas y bosques (Tácito llega incluso a describir la costa holandesa como rocosa en los Anales 2.23.3). Esto podría explicar porqué los romanos y los griegos mencionan siempre los bosques, aún no habiendo ninguno en absoluto. De hecho, la investigación posterior ha confirmado que la costa holandesa difícilmente era boscosa en la época de la ocupación romana. Esto no implica que tampoco se llevara a cabo el tal banquete, pero hay que ser cautelosos: Tácito quiere demostrar que los bátavos eran nobles salvajes, pero no está diciendo necesariamente la verdad.
Otro modelo antiguo para describir pueblos lejanos es que, a menudo, se parecen unos a otros; al fin y al cabo, todos ellos están viviendo en los confines del mundo. La costumbre de hacer un doble juramento (una vez cuando están bebidos, y la siguiente vez estando sobrios) es conocida también por otras fuentes:las Historias del investigador griego Herodotus de Halicarnassus, quien, correctamente, dice que se trata de una costumbre persa. De nuevo, esto no implica que los germanos no se hicieran consultas estando embriagados, sino que es un aviso de que hay que leer con bastante prevención las sumamente tendenciosas Historias de Tácito.

Resulta muy fácil explicar la revuelta bátava según los dos motivos ya mencionados: reclutamientos forzados, y la presencia de un príncipe resentido y rencoroso. Pero tiene que haber algun motivo mejor; después de todo, si los bátavos estuvieran contentos con las normas romanas, habrían aceptado el reclutamiento forzoso como algo desagradable pero temporal, y no hubieran secundado a Civilis. No es posible llegar a la causa primera de esto, pero si se pueden hacer ciertas conjeturas y enumerar factores que contribuyeron.
En primer lugar, Civilis tenía, como mínimo, dos motivos personales. Tácito menciona la (muy probablemente ilegal) ejecución de Paulus, el hermano de Civilis, que es motivo más que suficiente para que alguien busque venganza. Un motivo adicional pudo haber sido la restauración del poder real. Ya se ha dicho que Civilis perteneció a una familia bátava dirigente, siendo reyes sus antepasados. Es imposible que la idea de la restauración de la monarquía bátava no cruzase por la mente de Civilis.
Sin embargo, Tácito menciona un discurso del líder bátavo, en el que presenta las corruptas prácticas de reclutamiento como la prueba irrefutable del hecho de que los romanos no trataban a los bátavos como a sus aliados, sino como a siervos ("la alianza no se está manteniendo según los términos acordados: somos tratados como mercancía"). Por desgracia, no se puede establecer si Civilis dijo realmente algo parecido a esto, de manera que queda la duda. Después de todo, ¿cómo podía saber Tácito lo que dijo Civilis realmente? En cualquier caso, la corrupción de los decadentes magistrados romanos es uno de los temas principales de Tácito. Por lo tanto, se podría asumir de forma coherente que el citado discurso de Civilis, relativo a la ruptura de la alianza, es una invención de Tácito, puesto que resulta demasiado legalista.
Aun así, el impuesto resultó una carga demasiado pesada. Se sabe que todas las familias bátavas tenían, por lo menos, un hijo en las Legiones, y que Vitellius pedía demasiado. No hay razones para negar que este fue uno de los factores que contribuyeron al estallido de la guerra.
En ocasiones, Tácito hace decir al líder bátavo que está defendiendo la libertad de sus paisanos. Por desgracia, en la literatura clásica, los bárbaros siempre andan sedientos de libertad. El motivo es altamente sospechoso. Una complicación adicional es que no se sabe que significado real tenía la palabra “libertad”.
¿Estaban los bátavos realmente buscando independencia y autonomía? ¿O más bien Julius Civilis intentaba darle más poder a las élites bátavas?
Existe alguna evidencia que podría corroborar la última hipótesis. La vieja aristocracia de las tribus, al integrarse en el Imperio Romano, había recibido la prestigiosa ciudadanía romana hacía varias generaciones.
Los que fueron patrocinados por Julius Caesar y por el emperador Augustus tenían como nombre de familia "Julius", además de un nombre adicional propio (es el caso de Gaius Julius Civilis).
Pero había una nueva generación que empezaba a ser influyente. Estos habían recibido la ciudadanía en tiempos de Tiberius, Claudius o Nerón, y su nombre familiar era "Claudius" (caso de Claudius Labeo). Debieron producirse tensiones entre la primera y la segunda generación de romanizados, probablemente porque los "viejos romanos" no estarían demasiado felices teniendo que compartir su poder con los advenedizos; de hecho, uno de los enemigos personales de Civilis era un Claudius. Y resulta factible que Civilis deseara restaurar los derechos de la vieja aristocracia.

También pudo haber motivos de índole religiosa, puesto que se sabe que la profetisa brúctera Veleda predijo la victoria de los bátavos. Más tarde fue recompensada con el comandante romano Munius Lupercus como esclavo (pese a que nunca llegó a tenerlo, al ser asesinado por el camino) y con la nave insignia de la Marina Romana. Sin embargo, se desconoce si incitó a los rebeldes o se limitó a predecir la victoria.
Igualmente notorio resulta el hecho de que la revuelta bátava no fue del tipo de las rebeliones "normales" del siglo I, como las de Julius Florus o Julius Sacrovir el año 21 en la Galia; la de la reina Boudicca en Britania en el año 60, o la de los judíos en el año 66: todas ellas se debieron a impuestos excesivos. La revuelta bátava no se derivó de problemas financieros.
En cualquier caso, aun hay otros factores que pudieron tener un papel, y algunos de ellos, además, son muy conflictivos. De un lado, Julius Civilis buscaba vengar la muerte de su hermano, y hasta es posible que quisiera ser rey; la vieja élite tribal bátava pudo desear recuperar su antiguo poder; e incluso cabe plantearse que la tribu bátava soñase con convertirse en un pueblo independiente, al igual que los frisones y los caucos, dos tribus del norte que lo habían conseguido en el año 28.
Pero lo que los llevó a unirse para luchar juntos fue el amargo resentimiento que creó el reclutamiento salvaje e indiscriminado.

Por Ennia Durmia

martes, 4 de mayo de 2004

Las revueltas bátavas: Introducción

Los bátavos, o Batavii, como les llamaban los romanos, eran una tribu de la que se conoce su existencia en Germania alrededor del año 100 A.C, hasta la actualidad, desde la orilla del Rhin hasta la zona de lo que ahora es Nijmegen y De Betuwe.
Probablemente, no se sabría mucho de ellos en la actualidad de no ser por un guerrero bátavo llamado Gaius (o Claudius) Julius Civilis, al cual se suele aludir casi siempre como Julius Civilis.
Este Julius fue el dirigente de la rebelión bátava que tuvo lugar el año 69 D.C., en la zona actualmente fronteriza entre Alemania y Holanda, cerca de Nijmegen.
Los bátavos fueron romanizados, pero conservaron su religión y sus códigos. Lo que se conoce sobre ellos es, sobre todo, lo que Tácito escribió.
Procedentes del norte de Hessen, los bátavos fueron, originariamente, parte de la tribu de los catos. En el año 50 A.C., los bátavos llegaron a lo que ahora son los Países Bajos, por entonces una parte de Germania. Los bátavos siguieron el curso del Rhin, y se establecieron en la zona actualmente denominada "Betuwe", que ellos llamaban "La Isla", al ser la parte de tierra entre los ríos Rhin y Waal.
La capital de los bátavos era Noviomagus Batavodurum (Nijmegen). Segun el interesante (aunque no siempre fidedigno) historiador Tácito, los bátavos eran los más valientes y fieros de todas las tribus germanas: "Son, como armas y corazas, para ser usados sólo en la guerra"

Donar era el principal de los dioses bátavos, siendo Thor su contrapartida escandinava. El centro principal del culto de los bátavos se situaba cerca del actual Nijmegen, donde se construyeron dos templos dedicados a Donar. Se encontró otro templo cerca de Elst, en el centro de "La Isla". Los bátavos solían cantar sus himnos de guerra en su nombre, y era adorado en templos abiertos. Esos templos eran lugares abiertos, con solo una pequeña valla, puesto que los bátavos no creían apropiado limitar a sus dioses usando paredes y techos.
Los romanos denominaron a Donar como Hercules Magusano. Recordaba al mítico y heroico Hércules, que, al igual que Donar, era el protector de las personas. Magusanus significa "el poderoso", y hay quien opina que el nombre Novio Magus deriva de aqui, si bien esto no es necesariamente cierto.
Se ha encontrado el nombre de Hercules Magusanus en joyas, monedas y altares, como en Houten, Tiellandt y Ubbergen. También han aparecido inscripciones con ese nombre en Ruimel, donde se dice que San Willibrord destruyó un templo dedicado a Hercules Magusanus para levantar una iglesia en su mismo lugar.Y se han encontrado más inscripciones de Hercules Magusanus tanto en Roma, como en Vetera, Bonna, y en lugares mucho más al norte, como es el caso de la Muralla Hadriana.
La razón de que aparezca este nombre en lugares tan lejanos entre sí se debe a que un importante número de bátavos se alistaron en las Legiones romanas, y fueron dispersados a lo largo de todo el Imperio.Y porque Donar era un dios guerrero, de combate, que fue especialmente popular entre las tropas bátavas. Una inscripción encontrada en Empel, relativa a un legionario bátavo, dice: "Por Hercules Magusanus. De Julius Genialis, veterano de la Legio X, también conocida como la Gemina, la Justa y la Fiel, que ha pagado gratamente y con razón una deuda".
Los bátavos también adoraban a Wodan, llamado por los romanos Mercurius Friausius (de Eriasus). Friausius equivaldría a "libre, adorable", y más razonable parece aplicarlo a la esposa de Wodan, Frigga. En Ubbergen se encontró un altar dedicado a Wodan, y en Nijmegen apareció la inscripción "Mercurius Rex".
Los bátavos contaban con un amplio repertorio de diosas. En la zona del Rhin situada entre Nijmegen y Colonia se adoraba a las denominadas "Matronas", que consistía en un grupo de tres diosas cuyas atribuciones eran variadas: curación, justicia y guerra. Serían comparables a las Nornas (diosas germanas del destino), así como a las Morrigan (la triada de diosas celtas). El culto de las Matronas era sumamente popular, y fue introducido en el Imperio Romano por los legionarios germanos. Más adelante, las tres diosas fueron reemplazadas por tres dioses, entre los que se encontraban Donar y Wodan. No se conoce con certeza al tercero. En el tiempo en el que las antiguas tribus germanas fueron cristianizadas, la creencia en la tríada de dioses/diosas estaba tan arraigada que fue imposible eliminarla. Esta podría ser una de las razones de que algunos cristianos crean tanto en "Padre, Hijo y Espíritu Santo" como en "Fe, Esperanza y Amor".
La diosa bátava mejor conocida habría sido Hel, la diosa del inframundo. Su nombre podría aludir al de la actual Elst, donde se hallaron varios templos dedicados a ella.
Además de las diosas, también tenían bastante relevancia las profetisas. La más conocida es Veleda, que jugó un importante papel en la Revuelta de Julius Civilis. Los bátavos la veneraban como a una diosa. En el año 77 fue hecha prisionera por los romanos, llevada a Roma, y no se volvió a oír hablar de ella.
Los bátavos también respetaban mucho la Naturaleza, tanto la flora como la fauna. Tenían cuevas sagradas, piedras sagradas, colinas sagradas e, inclusive, fortalezas sagradas; y también los animales tenían su propia espiritualidad. Escribe Tácito:
"Los bátavos, posiblemente los más aguerridos de entre todas las tribus germanas, ocuparon la ribera y la Isla del Rhin. Solo eran una rama de los catos que a causa de una guerra civil emigraron a su actual asentamiento, viéndose destinados a formar parte del Imperio Romano. Pero todavía conservan un privilegio honorable, en recuerdo de su antigua alianza con nosotros. No están sujetos a la indignidad de tributar por la tierra según las leyes sobre recaudación de impuestos. Libres de tasas y reclutamientos especiales, preservados para las batallas, son, como las armas y las armaduras, para ser usados en combate".

En tanto los bátavos habitaron a la otra orilla del Rhin, formaron parte de la tribu de los catos. Al ser expulsados por una revuelta local tomaron posesión de una zona despoblada, en el extremo de la costa de la Galia, y también en una isla cercana, delimitada por el mar a su frente, y por el Rhin tanto en la parte de atrás como en las laterales. Sin atemorizarse por el poder de Roma o por la alianza con otros pueblos más fuertes que ellos, no pudieron proporcionar al Imperio otra cosa que hombres y armas. Tenían un buen entrenamiento, adquirido en las guerras internas germanas, y se habían hecho con un gran renombre en Britania, país al que fueron trasferidas sus cohortes, siendo capitaneadas, según una antigua tradición, por los más nobles de entre ellos. En su país, los bátavos también contaban con un cuerpo de caballería de élite, que ponía en práctica sus habilidades como nadadores, de tal manera que podían cruzar la corriente del Rhin con sus armas y caballos, y esto lo hacían sin romper la formación de sus escuadrones de combate.
Un siglo después de que el emperador Augusto (27 A.C.-14 D.C.) transformase la República Romana en una monarquía, los habitantes del Imperio habían crecido habituados a los dictados y leyes de un solo hombre. En tanto que el Emperador fuese alguien competente y capacitado, como era el caso de Augusto, Tiberio o Claudio, el sistema de gobierno funcionaba razonablemente bien. Sin embargo, los problemas surgirían cuando alguien menos capacitado se hiciese cargo del Imperio.
Durante el reinado de Nerón (54-68) las provincias del Imperio estaban en paz y eran prósperas, pero cuando el Emperador se empezó a comportar como un déspota, los senadores, que eran, como los gobernadores, responsables de las provincias, empezaron a sufrir de forma brutal.
Uno de ellos era Caius Iulius Vindex, un príncipe aquitano que había alcanzado el estatus de senador, y era el gobernador de la Galia Lugdunensis. En el invierno de 67-68, decidió poner punto final a semejante opresión. Puesto que era senador, intentó hacerlo todo de forma acorde a la legalidad, de modo que empezó por buscar un sucesor para el trono que valiera la pena.
En abril del año 68 encontró a su hombre; se trataba del Gobernador de la Hispania Tarraconensis, Servius Sulpicius Galba. En este punto, inició la insurrección.
La revuelta de Vindex fue un desastre. El comandante en jefe de las legiones acantonadas en Germania Superior, Lucius Verginius Rufus, temiendo un levantamiento de los nativos de la Galia, ordenó a sus tropas marchar desde el Rhin a Besançon, donde estaba el cuartel general de los rebeldes. Vindex fue incapaz de explicar sus motivos, y habiendo perdido la batalla de la propaganda, también perdió la batalla real, además de su propia vida.
Entretanto, Nerón andaba aterrorizado y estaba imposible. En junio, el Senado había reconocido a Galba como el nuevo gobernante del Imperio, y Nerón se había suicidado. Entre aquellos que no compartieron el regocijo generalizado estaban los soldados de las Legiones del Rhin, tanto en Germania Superior como en la Inferior. Opinaban que habían hecho un buen trabajo suprimiendo la revuelta de Vindex, pero ahora descubrían que sus valientes hazañas eran explicadas como un intento de obstaculizar la llegada de Galba al trono imperial. El hecho de destituir a Verginius Rufus fulminantemente, nombrando a Marcus Hordeonius Flaccus, no hizo mucho por disminuir el descontento.
La población nativa descubrió, más o menos, algo parecido. Prudentemente, se habían situado del lado de las Legiones del Rhin, pero ahora eran sospechosos ante los ojos del Emperador. Sin ir más lejos, Galba prescindió de la caballería bátava que formaba parte de la escolta del emperador. Semejante licenciamiento sin honor hizo poco por mejorar la situación en las tierras del Rhin.
En enero del año 69, las cosas se desbordaron cuando las tropas de Germania Inferior proclamaron emperador a su comandante, Aulus Aulus Vitellius. Al igual que Nerón, Galba era incapaz de plantarle cara a un rival. Se aterrorizó, ofendió a importantes senadores, e incurrió en la ira de los miembros de la Guardia Pretoriana, que no tuvieron inconveniente en ahorcarlo en el Foro.
Lo sucedió un senador rico llamado Marcus Salvius Otho, que, de paso, heredó la guerra contra Vitellius. No llegó a disfrutar de su posición. Su ejército carecía de la dilatada experiencia de las Legiones de Vitellius, que, más o menos, habían recibido refuerzos y apoyos de las tropas de Germania Superior y Britania. En abril, Otho fue derrotado en las riberas del Po y se suicidó.
Vitellius se había convertido en señor único del mundo romano. Sin embargo, había desplazado con él a Italia a tan gran ejército, que había dejado detrás a tan sólo la cuarta parte de las tropas. El Rhin estaba virtualmente desguardado. Casi inmediatamente después de haber ocupado Roma, envió de vuelta a las unidades militares. Entre ellas estaban ocho unidades de Infantería Bátava que habían combatido valerosamente en las riberas del Po. Apenas habían llegado a Moguntiacum (Mainz), cuando recibieron la orden de volver a Italia. De nuevo, tenían que ayudar a Vitellius, esta vez en su lucha contra un nuevo aspirante al trono imperial, el entonces comandante de las tropas romanas en Judea, Titus Flavius Vespasianus, mejor conocido simplemente como Vespasiano. Tras Galba, Vitellius y Otho, era el cuarto emperador del largo (pero singular) año 69.
Vitellius, que era ahora el Emperador, necesitaba tropas para defenderlo contra el general Vespasiano, que marchaba sobre Roma procedente de Judea. Las ocho unidades bátavas de infanteria auxiliar que se dirigían a Italia no eran suficientes para defender a Vitellius contra Vespasiano; hacían falta más hombres, de modo que ordenó al comandante de las Legiones del Rhin, Marcus Hordeonius Flaccus, que le enviara tropas extra.

La principal fuente de información de lo ocurrido en los años 69 y 70, el historiador romano Tácito (55-120), no tiene una sola palabra amable que decir acerca del general Flaccus. Según lo que opina Tácito, el general era indolente, inseguro, lento, y único responsable de las derrotas romanas ocurridas el año 69. Sin embargo, en su descripción de la revuelta bátava, continuamente contrapone a los civilizados pero decadentes romanos frente a los salvajes pero nobles bátavos (un recurso que también emplea en sus "Orígenes y costumbres de los germanos"). Su retrato idealizado del líder bátavo Julius Civilis se opone como un espejo frente a la descripción de Flaccus como un incompetente derrotista. Se trata de tipos extremos.
Por supuesto, es posible que Flaccus fuese realmente un incompetente, pero no hay razón alguna que haga dudar de que era un comandante capacitado, que hizo lo que pudo en unas circunstancias extremadamente difíciles. Lo menos que se puede decir de Flaccus es que veía venir (y reconocía) los problemas: rehusó apoyar a Vitellius, viendo que era temerario retirar más tropas de las fronteras germanas.
Tras la negativa de Flaccus, Vitellius exigió reclutar nuevas tropas. Esta actitud implicaba una disuasión para futuros rebeldes, y podría haber funcionado, pero ningun bátavo se impresionó mucho con semejante medida, dado que no había tropas en las cercanías para mantener la tregua. Tácito escribe:

"Los bátavos en edad militar fueron reclutados. La leva fue, dada su naturaleza, una gran carga para ellos, pero aún resultó más opresiva por la codicia y el despilfarro de los reclutadores, que llamaron a filas a ancianos e inútiles a fin de poder exigir un soborno para librarlos; en tanto que los apuestos y jóvenes muchachos (En general, los chicos bátavos son bastante altos) eran arrastrados a filas para satisfacer su codicia. Esto dió lugar a un amargo resentimiento entre los bátavos, y los cabecillas de la previsible revuelta triunfaron cuando arrastraron a sus paisanos a negarse a prestar servicio de armas."

Esto de momento, pero hay más, mucho más.

Ennia Durmia