martes, 24 de agosto de 2010

24 de agosto de 410: el día en que Roma cayó

Este martes se cumplen 1.600 años de uno de los momentos más definitorios de la historia de Europa. El saqueo del Impero Romano por el ejército visigodo, una tribu de bárbaros del norte del continente liderada por un general llamado Alaric.

Fue la primera vez en 800 años que Roma era invadida con éxito. Además, este hecho tuvo consecuencias en todo el Mediterráneo.

Jerome, un sacerdote de una de las primeras iglesias cristianas, le escribió a un amigo desde Belén que rompió en llanto al enterarse de esta noticia.

"Mi voz la tengo atragantada y como te explico, estoy entre sollozos. La ciudad que invadió el mundo entero ha sido invadida", dijo.

El responsable era Alaric, y pese a que se trataba de un cristiano capturando una ciudad cristiana, había el presentimiento de que el orden mundial construido por la Roma pagana se estaba desintegrando.
El comienzo del fin

El imperio romano sobrevivió por algunas décadas más y después otros ejércitos saquearon la ciudad de nuevo. Sin embargo, el 24 de agosto es la fecha que marca el comienzo del fin de la grandeza de Roma.

Siglos después, la ciudad que había tenido bajo su dominio una población de más de un millón de habitantes, fue reducida a un pueblo arruinado y sin ley de no más de 30.000 personas.

Los paganos aseguran que los cristianos habían destruido el mayor logro humano nunca antes alcanzado.

Y los mismos cristianos, que se habían vanagloriado de haber salvado lo que ellos consideraban bueno de la antigua civilización, llevándola a otro nivel, sufrieron entonces una crisis de confianza.

Pese a que el subsiguiente imperio romano-cristiano estaba dividido entre un emperador en el oeste, gobernando con su corte en la ciudad de Rávena, en el norte de Italia, y otro emperador rival en el este, gobernando en Constantinopla, había un sentimiento de que algo había colapsado en el centro de todo, en la legendaria Roma.

Historiadores y arqueólogos en Alemania, Suiza, Reino Unido y Estados Unidos, especializados en el declive y caída del Imperio Romano, decidieron reunirse en Roma en octubre y noviembre para juntar sus más recientes investigaciones sobre este primer saqueo de Roma.
Más que el 11 de septiembre

Uno de los organizadores de la conferencia es Phillipp Von Rummel, del Centro Arqueológico Alemán en Roma.

Le pregunté si el 24 de agosto del 410 debería ser considerado el 11 de septiembre del mundo antiguo.

"Es probable que incluso más que eso", me dijo. "No sé si la gente todavía estará hablando del 11 de septiembre en 2.000 años, peros los sucesos de ese día de agosto todavía influyen nuestro punto de vista contemporáneo de la historia".

¿Quiénes exactamente eran los visigodos, los bárbaros del norte que marcharon sin oposición hasta Roma?

Von Rummel indica que las más recientes investigaciones revelan una muy distinta fotografía de lo que se ha dicho desde hace 50 años.

"Hoy sabemos que el grupo consistía en diferentes pueblos, era principalmente un ejército con un líder exitoso. Muchos pueblos se unieron a este grupo dentro del Imperio Romano. Saquearon muchas poblaciones pero actuaron de diferentes formas, a veces eran aliados de los romanos".

"El momento en el que el emperador romano no pagó más cambiaron su forma de actuar y saquearon la ciudad sólo para decirle al emperador: 'debería pagarnos'".

Fui a buscar evidencia en las murallas del norte de Roma todavía casi intactas por largos trechos tras casi dos milenios.

Hay un vacío que marca el lugar de la antigua Puerta Salaria, justo en frente de una moderna tienda por departamentos.
Saqueo y robo

El ejército de Alaric tomó la Vía Salaria, que ellos llamaron ruta de sal, conectando la ciudad al Mar Adriático.

Cuando las puertas de Roma fueron abiertas por los esclavos, el ejército de Alaric entró rápidamente para saquear y robar.

Ese saqueo duró sólo tres días, tras lo cual Alaric se retiró para marchar al sur y cruzar el Mediterráneo rumbo a África del Norte, una importante y rica provincia romana.

Sin embargo, Alaric nunca lo logró. Su barco fue destruido en una tormenta y murió poco tiempo después.

Muchos romanos huyeron a África del Norte por seguridad. Allí, en Hippo, un importante pueblo costero en lo que hoy es Argelia, el obispo local, San Agustín, se inspiró para escribir uno de sus trabajos más conocidos: La Ciudad de Dios.

Agustín, al igual que Jerome, sintió que había perdido el rumbo con las noticias sobre la caída de Roma.

Una vez Roma había desaparecido ¿Qué sentido tenía haber hecho el mundo?



David Willey
BBC, Roma
http://www.bbc.co.uk/mundo/cultura_sociedad/2010/08/100824_1705_caida_del_imperio_romano_ao.shtml

domingo, 13 de junio de 2010

Factio Veneta vs. Factio Prasina: ultras en la Roma Antigua

¿100.00 personas rugiendo enfervorizadas en el Camp Nou durante un Barça-Real Madrid? ¿114000 mexicanos dejándose la garganta en el Estadio Azteca en un México-EEUU? Nada, amigos. Apenas el susurro de cuatro gatos, comparado con las 200.000 personas que, hace apenas 2000 años de nada, se desgañitaban animando a sus ídolos en el Gran Circo de Roma. ¿Salvajismo ultra? ¿Avalanchas? ¿Peleas sangrientas? ¿Fanatismo? En 2010 nos parece que la cosa se ha desmadrado y nos llevamos las manos a la cabeza ante la brutalidad de los ultras futboleros. Ahora lean esto: una sublevación que comenzó en el Circo de Constantinopla, en el año 532, acabó con la cifra de más de 30.000 muertos. Una avalancha a principios del siglo I provocó 1112 muertos. En el entierro de uno de los favoritos de la Factio Russata uno de los seguidores, destrozado por el dolor, se arrojó a la pira funeraria y ardió vivo junto con los restos de su ídolo. Cuando los pueblos bárbaros amenazaban las murallas de Cirta y Cartago, en el año 439, sus habitantes seguían asistiendo enfervorizados a las carreras del Circo. Los fanáticos partidarios de las distintas facciones llegaban a entrar en los establos de los caballos para oler y analizar el estiércol para convencerse de la bondad del pienso. Tras haber sido conquistada y destruida tres veces, algunos nobles de la ciudad de Tréveris pidieron a los emperadores que se organizaran juegos circenses en una ciudad... en ruinas, llena de escombros y de miles de cadáveres. Eso, amigos míos, es fanatismo, y lo demás son tonterías.

Son comportamientos que dejan a los cafres del deporte actual como tiernos gatitos, y las más salvajes y brutales peleas entre ultras como intrascendentes peleas de colegiales. No cabe duda de que, si todos nos esmeramos y hacemos “los deberes” como hasta ahora, acabaremos alcanzando los niveles de irracionalidad de nuestros antepasados “hinchas. No se preocupen. Como dice Woody Allen en “Desmontando a Harry”: ¿6.000.000 de judíos asesinados? Los records están para batirlos. Es conocida la capacidad del ser humano para superar sus más legendarias marcas en cuestión de malignidad y vileza. Pero dejemos estos negros pensamientos, pongamos en marcha el “botijo del tiempo” y viajemos a la Roma Antigua. Nos mezclaremos con el populacho, entraremos en el Gran Circo y trataremos de entender cómo funcionaba aquella especie de Fórmula 1 con estructura “futbolera” de la Antigüedad que volvió locos a los romanos durante siglos.

Panem et circenses, ésa es la expresión clave, y ustedes perdonen por el “latinajo”. En esas tres palabras se condensa una maquiavélica máxima de todo buen gobernante autoritario. Pan y circo, esto es, mantengamos al pueblo con la barriga llena y proporcionémosle diversiones, discusiones fútiles e intrascendentes que lo aparten de razonamientos incómodos para el poder. Un poco como ahora, aunque con la salvedad de que en la actualidad no hay pan gratis para el pueblo, y el circo, en su mayor parte, es “circo per view”. En la Antigua Roma, la cosa estaba clara. Reparto de trigo gratis (o a muy bajo precio) y grandiosos espectáculos, también gratuitos, durante gran parte del año. Luchas de gladiadores, carreras, lucha y, sobre todo, carreras de cuadrigas en el Gran Circo. El pueblo se apasionaba por ellas. Tanto, que la continua demanda favoreció la creación de grandes sociedades que proporcionaban todo lo necesario para las numerosísimas carreras que se celebraban constantemente: carros, caballos, aurigas, etc. Mucha gente trabajaba para estas sociedades, como constructores de carros, mensajeros, administradores, personal de cuadras y todo lo necesario para el mantenimiento de una gran estructura. Estas grandes sociedades tenían su sede, probablemente, al pie del Capitolio. Las habían construido los primeros emperadores y estaban dotadas de un lujo, valga la redundancia, imperial. Se sabe que algunos emperadores pasaban mucho tiempo en la sede de sus “equipos” favoritos, y que incluso pernoctaban y comían en ellas. Identificadas con un color, fueron cuatro los “clubes” más poderosos: los blancos, los rojos, los verdes y los azules. Nerón introdujo durante un tiempo dos colores más, los dorados y los púrpuras, pero no tuvieron continuidad (bueno, Nerón tampoco, como todos sabemos). Con el tiempo, los dos “clubes” más poderosos fueron los “verdes” y los “azules”, que configuraron una especie de Barça y Madrid de la antigüedad, si me permiten la osada analogía. Los “blancos” acabaron asociándose a los “verdes” y los “rojos” a los “azules”,  pero manteniendo cierta independencia. Y ya tenemos una especie de Liga de la Antigüedad, versión carreras de carros, aunque no hubiera demasiados equipos.

Una vez organizado el “chiringuito” de los distintos equipos, y con el impresionante marco de un Gran Circo con capacidad para 200.000 espectadores, el terreno estaba más que abonado para que floreciese el fenómeno de los “hinchas”. El pueblo se volvió loco. Cada cual tomó partido por un equipo y el amor a los colores lo acompañó hasta la tumba. ¿Les suena? Acudían al circo mucho antes del amanecer, luciendo orgullosos los colores de su “factio”, y enzarzándose en brutales peleas con los seguidores de los equipos rivales. Ni los emperadores escapaban a ese fanatismo, aún cuando tuvieran claro que las carreras eran un método inigualable para tener controladas las veleidades reivindicativas de las clases populares. El emperador Caracalla, uno de los miembros más “ilustres” de la Liga de los Emperadores Sanguinarios, mandó un día a su guardia cargar contra un grupo de espectadores que insultaban a un auriga de su bando favorito (el de los “azules”). El ataque de los soldados del emperador convirtió el circo en un sangriento campo de batalla, con escenas de pánico y muerte. De todas maneras, las peleas y batallas multitudinarias estaban a la orden del día. A muy pocos les interesaba la velocidad de los caballos o las maniobras tácticas de los aurigas. Solamente querían ver ganar a su equipo, fuese como fuese. Solamente veían los colores, en una explosiva mezcla de fanatismo por lo propio y odio visceral por lo ajeno. Nuevamente, ¿les suena?

No acaban aquí las similitudes con las conductas y pautas de los más radicales seguidores de nuestro tiempo. Se intentaba influir sobre los equipos rivales o propios mediante la magia, la brujería o los encantamientos. Se han encontrado en Roma tablillas enterradas con maldiciones al equipo rival, deseándoles toda clase de desgracias y desventuras. Se pronunciaban hechizos para proteger a los corredores del equipo propio, en una versión antigua de, por ejemplo, el enterramiento de ajos en las portería de muchos campos de fútbol. También había traumáticos cambios de equipo de los aurigas,  lejanísimos precedentes de Figo, Laudrup, Luis Enrique y alguno más que me dejo. Los jugadores/conductores ganaban millones de sestercios, eran famosísimos y paseaban su insolencia y desvergüenza por las calles de la ciudad, almas de todas las fiestas y “saraos” (¿Romarius, Gutius, Ronaldinhus?) Los más famosos poetas aclamaban sus hazañas y se les erigían monumentos (como aquel del mítico Pantic erigido por el malogrado Jesús Gil y Gil en las instalaciones del Atleti). Era tanta la pasión, que ni el advenimiento del cristianismo dañó lo más mínimo el fervor que el pueblo sentía por sus colores. Los predicadores cristianos, que tan rápidamente levantaron un imperio a partir del conocido pesebrillo, ahí tocaron hueso. Ni siquiera el mismísimo hundimiento del Imperio Romano de Occidente acabó con la “Liga”. Casi 100 años después de que el bárbaro Odoacro enviase al Emperador de Oriente los bártulos del último emperador occidental, todavía se celebraban carreras en el Circo bajo la férula de los reyes bárbaros.

Resumiendo, que no hay nada (o casi nada) nuevo bajo el sol. Por lo que se refiere al comportamiento humano, todo está inventado. Un romano del año 47, que en un hipotético viaje en el tiempo, apareciese por nuestros pagos actuales, evidentemente se quedaría “tieso” al ver nuestros avances tecnológicos. Pero, ay, amigos, si lo lleváramos a Canaletes, Cibeles o Neptuno en un día de celebración de títulos futboleros (bueno, en el caso de Cibeles tendríamos que dejarlo, por lo menos, para el año que viene), seguro que esbozaría una sonrisa y diría para sus adentros (y en latín, que es más difícil): “Míralos, igualicos, igualicos, que los difuntos de sus recontratatarabuelicos”