Conviene recordar que las Legiones del Rhin habían luchado por Nerón en contra de Claudius Julius Vindex en el 68; sin embargo, el amigo de Vindex, Galba, había llegado a ser emperador, y las Legiones del Rhin se consideraban sospechosas.
Flaccus y Vocula, que ahora servía como hombre de confianza, querían evitar que la historia se repitiese. En el supuesto de derrotar a Civilis, que decía luchar por Vespasiano, y suponiendo que las legiones del Danubio venciesen a Vitellius...esto era un riesgo inaceptable.
Durante los primeros días de noviembre, los soldados recibieron malas noticias: su Emperador Vitellius y sus Legiones, compuestas por unidades procedentes del Rhin, habían sido derrotados.
Personalmente, los destinados en Gelduba sabían bastante de la muerte. Esto hizo poco por levantar la moral, sobre todo, desde el momento en que quedó claro que Vitellius no podría ganar la guerra civil. Los oficiales decidieron ponerse del lado de Vespasiano.
"Cuando Hordeonnius Flaccus tomó el juramento de obediencia, los suboficiales y la tropa lo aceptaron por presiones de los oficiales, pese a la poca convicción que de ello tenían en sus mentes y en sus corazones, y mientras recitaban con firmeza las otras fórmulas de la declaración solemne, vacilaban ante el nombre de Vespasiano, o lo farfullaban, e incluso la mayor parte lo omitió".
Otra vez Flaccus y Vocula se veían obligados a esperar. No sabían qué hacer, y Julius Civilis tenía que tomar la iniciativa.
Si realmente hubiera sido un seguidor de Vespasiano, la guerra ya habría acabado, puesto que las Legiones del Rhin se habían puesto del lado del nuevo emperador. Por otra parte, si su empleo de la carta de Vespasiano no hubiese sido nada más que una pantomima, la guerra tenía que continuar, y los romanos habrían tenido que luchar con lo más aguerrido de las tribus vecinas.
Los días transcurrieron lentamente, y no ocurrió nada. Ningun mensajero llegó desde el norte, y Flaccus comprendió que los bátavos deseaban continuar la revuelta.
Civilis sabía que tenía que destruir a las Legiones de Gelduba antes de que se reunieran con los sitiados en Vetera. Sabía que, tras atacar Vetera, los romanos se resarcirían, pero pasaría medio año, al menos, antes de que se pudiese enviar un ejército, cruzando los Alpes (el invierno estaba próximo), y si acababa con las tropas de Gelduba, podría tomar Vetera y extender la región rebelde.
Aún estaba negociando con los tréveros, que seguro que se habrían alineado junto a él si la posición más septentrional de los ejércitos romanos hubiera estado en Moguntiacum.
Sin embargo, Civilis se enfrentaba a un problema: las tropas de Flaccus y Vocula, pese a estar formadas por los restos de tres Legiones, eran demasiadas como para enfrentarse a ellas en una batalla clásica.
Flaccus y Vocula no tenían que ser clarividentes para saber que el líder bátavo intentaría atraparlos descuidados. Y debieron también suponer que lo haría en una noche sin luna, como la del 1 al 2 de diciembre del año 69.
Tácito, sin embargo, quiere hacer creer que el ataque de las Ocho Unidades Auxiliares bátavas fue por sorpresa.
“Vocula era incapaz de dirigir a sus hombres o de desplegarlos en la línea de batalla. Todo lo que podía hacer cuando sonaba la alarma era apremiarlos para que formaran un núcleo central de legionarios, alrededor del cual se agrupaban los auxiliares en una serie desigual. La caballería cargó, pero fue dispersada por las disciplinadas líneas enemigas, y obligada a retroceder sobre sus propios compañeros. Lo que ocurrió fue una masacre, no una batalla. Las unidades auxiliares nervias, igualmente, fueron presas del pánico, o de la traición, y dejaron indefensos los flancos romanos. Entonces, el ataque alcanzó de lleno a las Legiones. Perdieron los estandartes, retrocedieron al interior del baluarte, y ya sufrieron pérdidas tremendas cuando los nuevos refuerzos alteraron inesperadamente la suerte de la batalla.
Algunas unidades auxiliares vascas[...] habían sido desplazadas hasta el Rhin. Cuando se acercaban al campo de batalla, oyeron los gritos de los combatientes. Mientras la atención del enemigo estaba en otra parte, cargaron desde la retaguardia y causaron una desbandada llena de pánico, desproporcionada a su número. Debieron pensar que había llegado el ejército principal, o bien desde Novaesium, o bien desde Moguntiacum. Esta confusión proporcionó a los romanos nuevas fuerzas: al confiar en la fortaleza de otros, se recuperaron. La punta de lanza de los guerreros bátavos, tan lejos como podía mantenerlos la infantería, cayó sobre el campo; la caballería escapó con las insignias y los prisioneros capturados en la primera fase del encuentro. En este día de trabajo, las víctimas mortales fueron considerables entre nosotros, pero fueron los combatientes más enfermos, mientras que los bátavos perdieron a los mejores". (Tacitus, Historias 4.33)
Una vez más, la descripción de Tácito es extremadamente engañosa. Por supuesto, las unidades auxiliares vascas no llegaron por casualidad, como parece querer insinuar Tácito. Las envió Flaccus. Igualmente, la sugerencia de que los auxiliares nervios traicionaron a los romanos es otro ejemplo estupendo de las manipulaciones de Tácito.
La batalla de Gelduba fue una victoria romana importante, pese a las enormes pérdidas. Esto ha podido corroborarse mediante un hallazgo arqueológico macabro: multitud de hombres y caballos no tuvieron una incineración decente, sino que se los enterró apresuradamente en una inmensa fosa común. Las consecuencias de la batalla fueron muchas.
Las Ocho Unidades Auxiliares bátavas desaparecen del relato de Tácito, pese a que emplea el término cohortes en un sentido no técnico.
Civilis había mostrado sus auténticas intenciones y perdido a sus mejores hombres, y nada de permitir a los romanos dirigirse a Vetera y levantar el asedio. Los muros del campamento estaban reforzados, los fosos se habían hecho más profundos, se llevaron provisiones, y se evacuó a los heridos.
Pero no había oportunidad de invadir el país bátavo para llevar a cabo represalias, puesto que llegaron malas noticias del sur: los usipetes y los catos, unas tribus germanas de la orilla oriental del Rhin, habían cruzado el río, estaban saqueando el país e intentaban sitiar Moguntiacum. No parecía muy grave, pero era más prudente no arriesgarse.
Después de todo, Moguntiacum era más importante que el campamento del norte.
Sin embargo, la fuerza expedicionaria, compuesta por mil soldados procedentes de Vetera, había regresado. De inmediato, Civilis reanudó el asedio de una desguarnecida pero mejor abastecida Vetera.
Cuando su caballería atacó al Ejército que retrocedía cerca de Novaesium, sin embargo, fueron sonoramente derrotados.
Los legionarios habían mostrado su valía en Gelduba y Vetera, y cuando llegaron a Novaesium, les esperaba una grata sorpresa: Flaccus repartía dinero para celebrar la llegada al trono de Vespasiano.
Como leales seguidores de Vitellius, aquello era más de lo que podían esperar. Esto ocurría durante las Saturnalias, y los legionarios lo celebraron placenteramente. Debió haber sido una especie de liberación después de las tensiones de las semanas previas. Sin embargo, la celebración se vió alterada. En un salvaje motín de placer, comilonas y reuniones sediciosas nocturnas, la vieja enemistad hacia Hordeonnius Flaccus revivió, y como ninguno de los oficiales se atrevió a resistir un movimiento en el que la oscuridad les había robado su último vestigio de control, las tropas lo sacaron a rastras de la cama y lo asesinaron.
Lo mismo le habría ocurrido a Vocula si no se hubiera escapado del campamento, vestido con ropas de esclavo. El ataque a los dos comandantes, en un momento en el que Fortuna parecía sonreir a los romanos, es uno de los hechos inexplicables que ocurrieron durante la revuelta bátava.
Solamente es posible hacer especulaciones sobre el motivo. Como queda dicho, la fuerza expedicionaria romana había regresado al sur, llevando consigo a muchos de los legionarios destacados en Vetera. Tácito menciona que los que quedaron atrás se consideraron traicionados, comprensiblemente: quedaron para mantener ocupados a los derrotados bátavos, mientras que las fuerzas principales fueron destinadas a otro sitio. Es posible que el asesinato no fuese un acto de histeria beoda, sino de reajuste: asesinar a un comandante que no se preocupa de las vidas de sus tropas.
En Italia, el año 70 empezó con excelentes presagios. Había terminado la guerra civil, Vitellius había muerto, el nuevo emperador, Vespasiano, estaba en excelente disposición, y se hicieron planes para acabar con la guerra judía y con la revuelta bátava.
La cuestión principal era si la fuerza expedicionaria enviada a través de los Alpes llegaría a tiempo para prevenir la escalada del conflicto al norte de Moguntiacum. Al no evitarse esto, los refuerzos romanos llegaron demasiado tarde.
El asesinato de Marcus Hordeonius Flaccus por parte de sus tropas, justo después de restablecer el orden en Bonna, Colonia Claudia Ara Agripinense, Novaesium y Castra Vetera, proporcionó a los vapuleados rebeldes un soplo de confianza. Civilis reinició el cerco a las Legiones V Alaudae y XV Primigenia estacionadas en Vetera, y tanto los lingones como los tréveros, tribus celtas romanizadas que vivían a lo largo del Mosel y el Alto Rhin, decidieron sumarse a la rebelión.
Habían presenciado como las tres Legiones que habían resistido temporalmente el cerco de Vetera (I Germanica, XVI Gallica, XXII Primigenia) eran demasiado escasas como para manejar eficazmente la situación.
Por supuesto, las derrotas bátavas ocurridas tanto en Gelduba (Krefeld) como en Castra Vetera (Xanten) y Novaesium (Neuss), algo contribuyeron a devolver el prestigio militar a los romanos, pero el hecho de saber que Civilis volvía a sitiar Vetera, y la consiguiente desunión entre legionarios romanos, disipó las últimas dudas de tréveros y lingones.
La última victoria romana fue la liberación de Moguntiacum (Mainz), donde ahora se encontraban acuarteladas las Legiones IV Macedonica y XXII Primigenia; pero cuando el general Caius Dillius Vocula salió en auxilio de la guarnición de Vetera, sus auxiliares tréveros y lingones desertaron.
Tácito presenta a los protagonistas:
“Se intercambiaron mensajes entre Civilis y Julius Classicus, el comandante del regimiento de caballería trévero. El de más bajo rango y menor poder se situó por encima de otros. Descendía de una dinastía de reyes, y sus antepasados habían sido importantes tanto en la guerra como en la paz. El mismo Classicus tenía la costumbre de alardear de que entre sus antepasados había más enemigos de Roma que aliados. También estaban implicados Julius Tutor y Julius Sabinus, un trévero y un lingón. Tutor fue designado por Vitellius como comandante de la orilla occidental del Rhin. Por su parte, Sabinus, un hombre presumido, fue llevado al falso convencimiento de tener sangre real. Proclamó que la belleza de su abuela había seducido a Julius Caesar durante la guerra de las Galias, llegando a ser su amante.”
La rebelión de Julius Classicus, Julius Tutor y Julius Sabinus es distinta de la revuelta bátava. De un lado, tanto tréviros como lingones estaban muy romanizados, y querían formar su propio imperio (Imperio Galo), en tanto que los bátavos buscaban una especie de independencia. Cuando Vocula se percató de que Classicus y Tutor persistían en su traición, dio la vuelta y se retiró a Noviomagus. Los galos acamparon a tres kms, sobre un suelo prensado. Tanto centuriones como tropa tuvieron que pasar entre ambos campamentos, poniendo sus vidas en peligro cada vez.. El resultado fue un acto vergonzoso sin parangón: una Legión Romana tuvo que rendir un homenaje al ejército bárbaro, sellando el monstruoso pacto con la promesa de apresar o matar a sus propios jefes. Los antiguos seguidores de Vitellius debieron encontrar fácil romper su juramento de lealtad a Vespasiano. Vocula fue asesinado por un legionario de la I Germanica, y Julius Classicus, vestido con uniforme de general romano, se presentó en el campamento y leyó los términos del juramento. Los integrantes de las Legiones I y XVI debían defender el Imperio Galo y apoyar a su emperador, Julius Sabinus (el quinto emperador romano en trece meses).
Después de eso, Tutor atacó a las tropas estacionadas en Colonia y Moguntiacum, y Classicus envió algunas de las tropas que se habían rendido en Vetera a ofrecer ayuda a su guarnición y como cebo para que se rindiesen.
Sin embargo, el comandante de las tropas asediadas, Munius Lupercus, se negó a acatar los términos. Después de esto, las Legiones I y XVI fueron conducidas a Augusta Treverorum (Trier), lejos del escenario bélico. Su nuevo emperador, Julius Sabinus, no acababa de fiarse de ellos. Quizás debió haberlos empleado, puesto que su guerra contra los secuanos (que vivían a lo largo del Saône) fue un fracaso. La imprudencia de Sabinus al forzar un encuentro fue igualada por el pánico que le hizo abandonarlo.
A fin de difundir el rumor de que había muerto, prendió fuego a la granja en la que se había instalado, y la gente pensó que se había suicidado allí. Con la victoria de los secuanos cesó el avance bélico en la Galia.
Progresivamente, las tribus empezaron a recuperar la cordura y a hacer honor a sus obligaciones y tratados. En esto, los habitantes de Durocortorum (Reims) tomaron la iniciativa de enviar invitaciones para una conferencia en la que se debía decidir si querían la independencia o la paz.
El resultado fue que los galos invitaron a tréviros y lingones a parar sus ataques, sobre todo, ahora que el emperador galo estaba (o eso parecía) muerto. Sin embargo, ellos rechazaron hacerlo, y se unieron a Julius Civilis.
El asesinato del general Marcus Hordeonius Flaccus envalentonó a los rebeldes. Las unidades auxiliares tréviras y lingonas se rebelaron, y Julius Civilis reanudó el asedio de Vetera. Las desmoralizadas Legiones I Germanica y XVI Gallica se rindieron ante el Imperio Galo de tréviros y lingones. Tras la desintegración del ejército romano al norte de Moguntiacum, las dos Legiones asediadas en Vetera, V Alaudae y XV Primigenia, estaban perdidas. En marzo del año 70, su comandante, Munius Lupercus, capituló.
“Los sitiados oscilaban entre el heroísmo y la degradación debido a los contrapuestos gritos de lealtad y de hambre. Mientras vacilaban, se acabaron las provisiones, no solo las habituales, sino también las de urgencia. Hasta entonces, se habían comido las mulas, los caballos y otros animales que sólo una situación desesperadamente grave impulsa a los hombres a usar como alimento, pero que se consideran sucios y repugnantes. Al final, quedaron reducidos a arrancar arbustos, raíces y los tallos de hierba que crecían entre las piedras, una notoria lección en el contexto de la necesidad y la resistencia.
Sin embargo, al final echaron a perder su magnífico historial a causa de una deshonrosa decisión, enviando mensajeros a Civilis para suplicar por sus vidas, sin que la solicitud fuese tenida en cuenta hasta tomarles un juramento de lealtad al Imperio Galo. Entonces, Civilis, después de estipular que dispondría del campamento como botín, dispuso observadores para asegurarse de que dinero, vituallas y equipamientos quedaran atrás, y para formar a la guarnición que se iba humillada, desamparada. Casi ocho kms después de dejar atrás Vetera, los germanos emboscaron a la confiada columna de hombres. Los luchadores más fornidos cayeron sobre sus propias pasos, y otros muchos en desigual lucha, mientras que el resto hizo un objetivo de su retirada hacia el campamento.
Es cierto que Civilis protestó, y que culpabilizó a gritos a los germanos por lo que el mismo describió como un abuso criminal. Pero las fuentes no aclaran si esto fue mera hipocresía, o si Civilis realmente resultó incapaz de contener a sus salvajes aliados. Tras saquear el campamento, lanzaron fuego a su interior, y todos aquellos que habían sobrevivido a la batalla fallecieron en medio de las llamas.
Después de su primera acción militar contra los romanos, Civilis había jurado, como el salvaje primario que era, teñir de rojo su cabello y dejarlo crecer hasta que hubiera acabado con las Legiones. Ahora que la promesa estaba cumplida, afeitó su crecida barba. También simuló haber cedido a algunos de sus prisioneros a su hijo pequeño para que le sirviesen como blanco en los lanzamientos de flechas y jabalinas.
El comandante de las Legiones, Munius Lupercus, fue enviado (junto con otros presentes) a Veleda, una mujer soltera que gozaba de gran influencia entre los brúcteros. Tradicionalmente, los germanos consideraban a muchas mujeres como profetisas, e inclusive, por un exceso de superstición, como divinidades. Este era el caso. Veleda tenía un gran prestigio, puesto que había pronosticado la victoria germana y el exterminio de las Legiones. Pero Lupercus fue asesinado antes de que llegara a su presencia.”
Por Ennia Durmia
No hay comentarios:
Publicar un comentario